26 feb 2009

Colectivo de animación a la lectura Guy Montag









El Colectivo de animación a la lectura Guy Montag tuvo un parto extremadamente poético en el mes de diciembre del año 2008 en la Ciudad de la Luz.


Somos un colectivo dedicado a promover la lectura en sus dos vertientes: la lectura y la escritura. Proponemos un viaje: la palabra. Este proyecto no es sino una más de las materializaciones de nuestra apuesta por la literadura.


Por el momento el Colectivo Guy Montag tiene tres proyectos principales, aunque es de suponer que no tardarán en ser numerosas las ramificaciones del drago.


Los proyectos en curso son los que siguen:

El Ovillo ácrata

La Colección errante

La Caja poema…


Para más información les remitimos a las entradas precedentes sobre el tema que encontrarán en las etiquetas correspondientes (el Ovillo ácrata y la Colección errante). En cuanto a la Caja poema, basten por el momento estas fotos y las instrucciones para una caja poema.


Aprovechamos también para dar noticias sobre la Colección errante, cuyos números de serie 05/09 y 06/07 ya están en camino. Hoy mismo se ha procedido al envío del último, envío combinado con la Caja poema, porque estas modalidades son libres y se combinan como más les conviene. Su medio de transporte preferido es el correo postal, pero pueden alojarse en los lugares más insospechados (dicen que alguien está planeando un palimpsesto de poemas que cabalgarán los unos sobres los otros y que otro alguien se dedica a estamparlos en los espejos y bibliotecas públicas, tendremos que seguirle la pista de cerca…).


Asimismo, aprovechamos la ocasión para informarles de que la presentación oficial en sociedad del Colectivo de animación a la lectura Guy Montag tendrá lugar durante las jornadas de Literadura que organizaremos en el mes de mayo en la Universidad de Jaén. No se las pierdan, darán que hablar…


Quedan oficiosamente invitados a leer en su doble acepción.



Atentamente,


Nueva Gomorra.


21 feb 2009

Enésima reseña de Blue Tropic (podría ser, por qué no)


¿Cuántos suicidios pueden caber en un libro? ¿Cuánta tristeza, pregunto, y cuánto dolor? En Tokio Blues una pareja de jóvenes universitarios juega a enamorarse mientras contemplan un incendio en un edificio cercano que también les amenaza. En Tokio Blues una pianista fracasada toca con su guitarra composiciones de Bach mientras llueve con fuerza. En Tokio Blues una, dos, tres, cuatro… personas se suicidan cuando se saben incapaces de salir del laberinto en el que han convertido sus vidas. Porque quizá sea éste uno de los trasuntos fundamentales de esta magnífica novela, la búsqueda, la búsqueda constante de algo que nos aferre a la existencia, acaso un rastro de luz salvífico... Aún después de que la luciérnaga hubiera desaparecido, el rastro de su luz permaneció largo tiempo en mi interior. Aquella pequeña llama, semejante a un alma que hubiese perdido su destino, siguió errando eternamente en la oscuridad de mis ojos cerrados. Alargué la mano repetidas veces hacia esa oscuridad. Pero no pude tocarla. La tenue luz quedaba más allá de las yemas de mis dedos... Una búsqueda, como decíamos, que en este caso tiene como marco el Japón de finales de los años sesenta, con sus universidades en ebullición por el coletazo nipón del movimiento del 68 y el nivel de desarrollo del país incrementándose año tras año después de la debacle de la II Guerra Mundial. Un Japón moderno y tradicional a la vez, como se ha repetido en tantas y tantas ocasiones, pero quizá también ignoto, donde sus jóvenes pelean por hacerse un hueco en la modernidad y se acepta el escapismo suicida como una salida cierta ante el marasmo vital en el que cientos de personas se ven sumergidos por la incapacidad de dar una respuesta individual al reto imperante de la normalización social. Respuestas que, al fin y al cabo, día a día también nos empeñamos en buscar nosotros.

20 feb 2009

Cortezas


Os dejo con algo que escribí el otro día al volver de la sala el cachorro de ver un documental sobre la vida de julio cortázar...


Hoy he estado viendo un docu de cortázar después de salir del curso… la mayoría de las entrevistas ya las había visto, pero me he quedado con algunas de sus frases, acompañadas de esa mirada de camaleón, pero azul…

- la humanidad empezará a merecer su nombre cuando termine la explotación del hombre por el hombre.

- existe una colonización física y moral. La verdadera lucha es la lucha contra la alienación del hombre. La lucha del pensamiento.

- A su última mujer, Carol Dunlop, que se murió con 36 años nada más, le decía después de muerta que su mano escribía junto a la de él ese relato que empezaron juntos y en el que él la acompaño hasta que ella emprendió un camino en solitario en el que él ya no podría seguir acompañandola. Por cierto, que después me he enterado que cuando carol murió, julio le dijo a su primera mujer que si vivía con él hasta el fin de sus días le cedía todos sus derechos de autor. ¿¿?¿?

- habla de constelaciones mentales y sentimentales que son las que nos vamos encontrando a lo largo de nuestra vida.

- Carol, te llevo puesta como otros se ponen unos zapatos.

- el azar, históricamente y de todos es conocido, ha ayudado muchísimo más que la lógica.

- no teníamos amigos editores, los editores son editores para ganar dinero, ellos no nos inventaron a nosotros, llegaron una vez que nuestras obras eran leídas por una cantidad inmensa de lectores, y cuando vieron negocio actuaron, pero no de buena fe, si no para sacar un beneficio.

- el ser un exilado, físicamente no me importa, mi preocupación ante este tema es exilar la cultura… hay 30 millones de personas que, como mi último libro, no pueden leer a miles de escritores porque este tirano considera que son ofensivos, y todo esto para poder así tener un ejército de robots que no utilicen la cabeza, que no piensen… que puedan ser fácilmente manejables por unos pocos.

- y en esto, que justo, en ese momento, se me ocurre un proyectillo, si es que se puede llamar así, que consiste en planificar e impartir talleres para aprender a reflexionar, criticar (pero crítica en serio, no critiqueo, que también habrá otro apartado para esto), por ejemplo también se me ha ocurrido un módulo que hable de jergas, de los distintos tipos de lenguajes que están dentro de un lenguaje, METALENCUAJE, de las formas de expresión, incluso podríamos contratar a chema piso para que actuara; todo esto haciéndolo desde un punto de vista de tirar abajo estereotipos, por supuesto, no vayan a pensar ustedes que voy a poner a chema a imitar a un yonqui del tomillo en plan onda jaén… no no, todo esto es algo más serio, no sé si me entienden. Y si es así, en el caso de que me entiendan, por favor, necesito propuestas e ideas sobre este tema, me ilusiona organizar algo así… traer a escohotado para que nos deleite y que después podamos cenar con él… y que se nos muera de sobredosis de alguna sustancia que esa noche tomemos con él… que nos convirtamos en unos salvajes urbanitas, muy dignos, jodidos, dolidos, contentos sin sentirnos culpables, pero dignos… porque lo somos, gomorritas, porque somos gente del bando correcto, y además, solemos cambiar de bandos, lo toleramos, no cuestionamos, y si cuestionamos algo lo hacemos desde el fondo, desde lo negro, sin crear malestares, con una honestidad brutal (iiiiiiiiiiiiiiih) que a veces asustar porque salen muchas mierdas cara a cara, pero que te sube la adrenalina porque tienes la tranquilidad de que la persona que tienes enfrente no va a malinterpretarte, porque hablais el mismo idioma dentro del mismo idioma, METAIDIOMA… ¿no es precioso en momentos de mierda poder escribir algo así, con la inspiración que me dais mis musas que sois vosotros?

19 feb 2009

La casa del tiempo abolido (1)

Detuve mi auto después de atravesar la línea imaginaria que separaba la carretera del desierto. Me sentía como si la garra de algún diablo atrapado en aquel páramo estuviera rodeando mi cuello y clavando sus uñas en mi garganta. Apretaba tan fuerte que casi no me dejaba respirar. Empecé a percibir la inminente espesura de un negro espejismo, cuajado de hiel, vestido de angustia. Me adentré algunos metros en el desierto levantando una suave cortina de polvo y contemplé el horizonte mientras apuraba la botella que llevaba bebiendo desde el amanecer. Tras un largo último trago decidí echar un vistazo a la etiqueta. Los caracteres blancos, impresos sobre fondo negro, comenzaron a titilar y a dar saltitos. Aquello parecía una alucinación cubierta de destellos y brillantina. Parece una jodida panda de luciérnagas, recuerdo que exclamé en voz alta. Solo un poco más tarde conseguí fijar mi atención sobre el texto impreso en aquella etiqueta. La bebida había sido producida por una extraña marca japonesa de whisky que utilizaba recetas tradicionales de las highlands escocesas, malteando a partir de cereales cultivados en no se qué región montañosa del este de Europa. Absolutamente ridículo. Arrojé la botella vacía a unos treinta metros y el movimiento de inercia casi me hace caer de bruces. Entonces decidí que estaría bien fumar un poco, saqué el paquete de tabaco del interior de mi chaqueta y encendí un cigarrillo. En ese preciso instante comenzó a sonar una canción.
Hacía un par de horas que había conseguido sintonizar en el dial la única estación que emitía una señal audible en aquella tierra abandonada. Se trataba de un programa musical de sesión continua y era imposible percibir el menor rastro de presencia humana en el control de mandos. No sabría describir la sensación de absoluta desolación que desprendía aquella música. Si sonara algo así no tendría ningún problema en meterme en la cama con la muerte. En precipitar el fin de los tiempos. A lo largo de la emisión nadie se tomó la menor molestia en introducir o identificar el título o el autor de las canciones. Pensé que aquella estación no existía, que era un producto de mis desvaríos, del consumo continuado de bebidas alcohólicas de alta graduación. Seguro que algún espíritu del desierto se encargaba de programar las emisiones, o quizá un holocausto nuclear había borrado cualquier rastro de vida en un radio de varios kilómetros cuadrados alrededor de la estación y alguien se olvidó de apagar los sistemas de transmisión. Pensé en la naturaleza de lo indefinido. Si alguna civilización extraterrestre tropezaba con este maldito planeta no encontraría más que eso: ruinas, botellas vacías de whisky japonés rodando en desiertos infinitos y una sesión ininterrumpida de música apocalíptica.
La intensidad de la onda era tan débil que el hilo musical desaparecía por momentos, luego reaparecía de repente durante unos minutos para volver a perderse de nuevo. Recuerdo que cuando detuve el coche junto a la cuneta la radio parecía apagada. Quizá esa era otra de las razones que me empujó a salir del coche y adentrarme unos metros en el desierto y respirar un poco de aire, recapacitar, perderme en el silencio sostenido por la suave brisa de la tarde. Apurar la maldita botella de whisky nipón. Entonces, justo en el instante en que la llama del mechero impregnaba de naranja la punta del cigarrillo, comenzó a sonar aquella canción. Parecía proceder de la profundidad de los abismos. Los dos primeros acordes de guitarra fueron como dos suaves puñaladas sobre mis córneas; dos gruesas lágrimas surcaron mis mejillas dejando tras de sí dos finos trazos de aguasal. La entrada del bajo eléctrico casi me parte el corazón. Me enjugué las lágrimas y pasé la palma mojada de mi mano sobre la superficie de mi piel rugosa, un barbecho de terrones y pelos erizados como espigas. Cuando el cantante comenzó a entonar la primera estrofa (“Don’t teeell me... that it’s ooover...”) aullé como un lobo recién destripado y, en la lejanía, un álamo carbonizado por un rayo respondió a mi llamada emitiendo un gemido de chacal enamorado. Se sostenía a duras penas sobre su quemado tronco, rodeado de calma incertidumbre, erguido como la estatua falsa de los últimos días. En ese momento decidí que debía haber comprado un par de botellas más de ese whisky japonés, o en caso contrario, una cuerda para colgarme de aquel álamo.
Empezaba a anochecer cuando abandoné la carretera tomando un desvío que trazaba una curva muy larga y pronunciada. El desvío desembocaba en una sucia carretera de tercera que se dirigía a ninguna parte. El paisaje era desolador, el cielo gris y sin nubes. El sol se había escondido hacía un buen rato y el horizonte era un vaciado invisible. Bajé las ventanillas para evitar la posibilidad de quedarme dormido y pensé que durante los siguientes minutos sufriría un ataque de locura definitivo. La emisión radiofónica puso a desfilar mis instintos más terribles en formación de combate, un camposanto de zombies y demonios interiores dispuestos a salir a flote, poseerme, convertirme en una nerviosa legión de sombras. El volumen de la música era tan alto que empezó a prender el aire exterior con la lánguida ensoñación de los crímenes latentes. Al mirar distraídamente por el espejo descubrí que un coche gris metalizado me seguía a cierta distancia. Bien, los espejismos empezaban a tomar una forma definida más allá de lo vacío, lo indeterminado, lo ininterrumpido. Mientras recorría los últimos metros del desvío percibí cómo el conductor de aquel coche trataba de llamar mi atención mediante gestos, señalando algo con el dedo, mostrando la palma de su mano y haciendo sonar el claxon. Reduje la velocidad y me detuve frente a una vieja señal de STOP sobre la que alguien había dibujado una esvástica con pintura fluorescente de color verde.

Delirios


No desesperéis…
aún nos quedan unos cuantos delirios,
un puñado de países,
rostros perdidos en el tiempo,
tatuajes en la mirada,
ausencias,
los besos que guardamos en los bolsillos,
aquel otoño
donde empezamos a ser grandes,
las ganas de pelear
y saberse en la misma trinchera…
Sí, todo esto nos queda.



Tiépolo LaMothe.

18 feb 2009

Una breve luz...



UNA BREVE LUZ...

Una breve luz acaricia el instante brevemente increíble de la habitación callada, y tú duermes.

Afuera todo parece envuelto en una enorme ondulación, suave, clamorosa, una suave vibración inmensa sobre la que reposa todo ese silencio mágico, y tú que duermes.

¿No notas todo ese rumor acercándose?

Creo que será la primavera, que traerá los labios pintados de rojo and diamond on the inside, el paso seguro y un vestido precioso.

Y mientras tú duermes, yo fumo, pienso, mirando las geometrías del humo fluyendo, que se me acabaron las palabras que esgrimía como armas arrojadizas, las lancé al mar, se me escapó el momento de escapar del momento, se me perdió mi maletín de los disfraces, las arrogancias de plástico vacío y las mentiras.

Ya es hora de no esperar, sencillamente andar, la primavera casi está aquí y puede que intente robarle algunas horas de sueño, algo de la magia que trae en el carmín, las sonrisas que trae en los bolsillos. Y lo voy a hacer por mí y por todos los caminos andados y por andar.

(José Palacios Ramírez. Poetica Seminarii. Enero-febrero, 2007)

16 feb 2009

¡Aúpa Palace!


En estos días chungos...

Un poema de la Asamblea Neogomorriana

A Versalles, Palazonidas, Pater o Joseph Pal Kenobi

Ya, ya lo sé,
este tipo de historias
no te molan,
pero ahora, sólo ahora,
permite que te diga
que caminas
con la elegancia
del campeón
que no necesita
hacer nada
para demostrarlo.
I

He recordado tu olor olvidado en la solapa
del traje que colgué en el fondo del armario
y está noche tampoco he conseguido pegar ojo.

II

Así, nacido del fondo hueco de la demencia absorta.
Expulsado al mundo con la fuerza

que una fiera expulsa a un enemigo.
Con los ojos cóncavos,
llenos de miseria que anida en unas cuencas

ya más vacías que repletas
de órbitas crepusculares que juegan,

como los niños en la orilla de la playa,
sin preocupación ni relojes sumergibles

en la arena yerma del silencio.
Salido de una duda con mantones de interrogación,

acabo caminos a medio partir.

Ángel Rodríguez López

"¿Por favor, podrías decirme que camino debería tomar?", preguntó Alicia.

"Eso depende en gran parte del problema de saber adónde quieres ir", dijo el gato.

"No me importa mucho adónde iré", dijo Alicia.

"Entonces no importa qué camino tomas", respondió el gato.

14 feb 2009

Ondas de radio. Un poema de Raymond Carver dedicado a Antonio Machado




Ha dejado de llover y sale la luna.
No sé nada de ondas
de radio. Pero supongo que se transmiten mejor
después de haber llovido, con el aire húmedo.
En cualquier caso, ahora puedo coger Ottawa, si quiero, o Toronto.

Últimamente, por la noche, me sorprendo a mí mismo
interesado en la política canadiense
y en sus problemas internos. Es verdad. Antes solía buscar
sus emisoras de música. Me sentaba aquí en el sillón
y escuchaba, sin hacer nada ni pensar en nada.
No tengo tele y ya no leo
los periódicos. De noche pongo la radio.

Cuando llegué a este lugar estaba intentando alejarme
de todo. Especialmente de la literatura,
de cómo te atrapa y sus consecuencias.
Un deseo en el alma de no pensar.
De quedarme quieto. Y a la vez
un deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma también puede ser una afable hija de puta,
no siempre es de fiar. Y no lo tuve en cuenta.
Le hice caso cuando me dijo: Mejor cantar a lo que se ha ido
y no volverá que a lo que sigue ahí
con nosotros y seguirá ahí mañana. O no.
Y si no, da igual.
Tampoco importa mucho, dijo, si un hombre no le canta a nada.

Ésa es la voz que escuché.
¿Es posible que alguien piense así?
¿Da todo igual, realmente?
¡Qué absurdo!
Pero pensaba estas estupideces de noche
cuando me sentaba en el sillón y escuchaba la radio.

Entonces, Machado, ¡tu poesía!
Era un poco como el hombre maduro que se enamora
de nuevo. Una cosa digna de atención;
desconcertante, también.
Se me ocurren tonterías como colgar tu retrato de la pared.
Y llevarme tu libro a la cama conmigo,
dormirme con él a mano. Una noche
pasó un trén por mis sueños y me despertó.
Lo primero que pensé, con el corazón acelerado
allí en el dormitorio a oscuras, fue esto:
No pasa nada, Machado está aquí.
Y me volví a dormir.

Hoy me llevé tu libro cuando fui a dar
un paseo. “Presta atención”, dijiste,
cuando alguien se preguntó qué hacer con su vida.
Así que miré alrededor y tomé nota de todo.
Luego me senté con el libro al sol, en mi sitio
junto al río, desde donde puedo ver las montañas.
Cerré los ojos y me puse a escuchar el sonido
del agua. Luego los abrí y empecé a leer
“Abel Martín”.

Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
espero, incluso a pesar de lo que sé de la muerte,
que hayas recibido el mesaje que te envié.
Pero da igual si no es así. Que duermas bien. Descansa.
Antes o después espero que nos encontremos.
Entonces podré decirte estas cosas personalmente.

12 feb 2009

Homenaje al coraje de los vivos



La carta a Rocamadour y esta otra a una mujer valiente (Amanecer en fuga) comparten algo más que su destino: la caja del dolor.

A tus ojos abiertos llenos de dolorida lucidez:

Homenaje al coraje de los vivos

Te insultas

(siempre te sentó bien

la autoexigencia,

se te agrandan los rasgos

y te vuelves hermoso).

Hombre valiente.


Abres los ojos,

te observas,

el viejo espejo,

sigue donde lo dejaste:

el pulso no te tiembla.


(Imagino)

un hombre inmenso,

el objeto que incesante

le devuelve

su imagen

rota

como su corazón.


Ahora podrías quebrarte,

partirte el vientre en dos;

el cuchillo está a dos pasos.


Bajar la escalera y romper el mundo.


No lo haces.


Contemplas el reflejo de fragmentos:

tu carne, tu camino.


Ahora me acompañas,

solo será un momento,

te digo,

has de seguirme el paso,

sonríes:


Quiero que tomemos los trocitos,

luce el sol y

la mañana es fresca.

Quiero que los colguemos,

enganchados a las cuerdas,

en el patio de la casa.

Pronto se secarán

(no olvides que brillaba el sol).

Luego de que estén listos

(todo lo listos que los cielos lo permitan)

los recogemos,

si quieres,

si me dejas,

y hacemos un bonito atlas

de geografía nueva,

una cartografía arriesgada:

pongamos que ese trocito de océano

viene a golpear un olivar cercano,

pongamos que se juntan

el D.F. y Santiago de Chile,

que en medio del desierto,

(estamos en el Sahara)

nace una hermosa flor

de porcelana negra;

un insecto la liba.


Sabe que,

como tú,

ella contiene el mundo.


- NG -

9 feb 2009

Arrojada, de Carmen Camacho


Volví asqueada la espalda
al sonido de su lápiz cuando anota
al margen de los versos
consagrados;
a la cerilla consumida
y atrapada por la luz
de neón blanco
de carne blanda
de lengua tosca
si lame,
si besa.

Para colmo,
dormí destapada.

Aquella noche
―sola ante el mundo y el lavabo―
deseé
a todos los imbéciles
menores de veinticinco.

Arrojada, de Carmen Camacho. Cangrejo Pistolero Ediciones. Sevilla: 2007.

6 feb 2009

Amanecer en fuga

Amanece lloviendo. Hay una habitación preparada para ser deshabitada en breve: ningún recorte en la pared, ya sin ropa en los cajones ni libros sobre la mesa. Todo barrido y limpio. Al otro lado del cristal, el ruido de los coches al pasar. Se cuela el reflejo de los faros sobre el asfalto mojado. También la luz del enorme neón verde del centro comercial de enfrente. Escucho tu respiración. Te veo dormir tranquila... Ellas duermen, una y otra vez, ellas duermen, acaso placidamente, soñando tal vez con huidas infinitas, mientras yo permanezco con los ojos abiertos, ya no en llamas, pero casi, conteniendo la tormenta y pensando una y otra vez en el eterno retorno, el círculo que encierra este acontecer imposible de domesticar.

Te abrazo, no me queda más remedio que hacerlo, y peleo porque el olor de tu piel no me desarme, precisamente ahora, que he decidido plantarme, quedarme solo, con las manos vacías y el reloj de la esperanza hecho mil pedazos. Ahora no, tu cuerpo, ahora no, me digo, y solo acierto a rozarte (porque sé que tu piel es como ese pegamento que sirve de trampa para alimañas).

Intento bucear dentro de ti. Luego siento que estoy cansado de la poesía... Y me imagino como un adolescente estúpido, aunque sé que no es así, porque esta lucidez afilada, certera y cruda, ahora inaguantable, no tiene nada de superflua... Claro que no. Sin embargo, siento como este mirar(me) pesa como una losa de acero, y estoy cansado de jugar a ser un Atlas conmigo mismo. Estoy cansado de soportarme. A veces creo que tú también lo estás.

Cierro los ojos por un momento. Intento dormir de nuevo. Saco el brazo por debajo de la sábana y en ese momento tengo la sensación de que al abrir la mano y dejar el brazo muerto, se me hubiera caído algo, no sé, acaso una manzana podrida o un puñado de canicas negras... Da igual. Sé que son formas distintas de imaginar tu marcha.

Pero ya está bien... Meto la cabeza en el hueco de tu cuello y es como si me perdiera en un maizal de recuerdos. Así de fácil, un pasillo que siempre conduce al lado de atrás. Me digo que el pasado es un nido de tormentas. Me digo que el pasado es el hogar donde habita la mujer que una vez soñé (la mujer que soñé que eras, y que eres a veces también). Luego me digo que en el pasado hay un hombre que camina con las manos rotas y los bolsillos llenos de piedras, y quiero pensar que su caminar es un caminar valiente... Ahora, sin embargo, no hace falta que me diga que quien habita mis días es un tipo que se teme a sí mismo, que peca de cobarde.

Al final se escucha algo parecido a un despertador. Abres los ojos, tus enormes ojos verdes, y en realidad ignoras que lo que has abierto no son tus ojos, ya digo, tus enorme ojos verdes, sino una puerta, oscura y bella, pero sobre todo oscura, que ya se abrió otra vez, y que conduce al lugar donde todas las preguntas quedan sin contestar, a «ese desierto negro que tanto te asusta».

Ya es hora de levantarse... Y tú te marchas, aunque ahora digas que te vas a hacer café; luego me preguntas que si quiero, y te contesto sin venir a cuento que yo lo que necesito es dormir... Dormir hasta que los ojos se me conviertan en un par de canicas negras.

Orientaciones para jóvenes perdidos y lumpenenamorados


Bien, comencemos. Pongamos que estás sólo en tu habitación. Ataja tus ideas, atrápalas antes de que escapen. Recuerda que andamos justos de tiempo. Desmóntalas violentamente hasta que no queden más que palabras, hasta que el suelo quede completamente cubierto de palabras. Reúne todo el plomo que puedas conseguir e introdúcelo en un cubo metálico o en la olla del cocido, lo que tengas más a mano. Si no encuentras nada adecuado, sal a la calle y róbalo. Haz una hoguera con ropa vieja, muebles, sillas, lo que sea. Cuidado con las cortinas y el edredón de tu cama. No te preocupes si el techo empieza a tomar una tonalidad ligeramente mortecina. El negro te sienta bien.
Coloca el cubo o la olla sobre la hoguera y mantenla ahí hasta que el plomo esté bien fundido y adopte una temperatura más o menos infernal. Recoge las palabras, los miembros amputados de tus ideas despedazadas y húndelas en el cubo de plomo hirviente. Húndelas, mézclalas bien, que queden bien embadurnadas. Ahora, con mucho cuidado, vierte el contenido del cubo en un molde para fabricar balas. Si no tienes molde, ve al Museo del Ejército Español (Calle de Méndez Núñez n. 1, 28014. Madrid) y roba uno. Roba de camino un arcabuz, una escopeta, un retaco o un buen trabuco. Deja que la mezcla se enfríe en el molde.
Bien, ahora necesitamos una fuente de energía, sí, de esas que confieren la capacidad de “volar” a objetos inanimados. Podría enseñarte la fórmula secreta de fray Berthold Schwarz (Bertoldo ‘el Negro’), aquel simpático franciscano de Friburgo, pero no nos queda tiempo. Ve a la tienda de las bromas y compra todo el material explosivo que encuentres (tracas, ruletas, lobitos, chinos, tigres, truenos, supergatos, cobras, mandarines, volcanes, petardos voladores, mariposas, etc.). Pártelos por la mitad y derrama su contenido en un gran cuenco. Si no es suficiente, acude a una armería y acaba con todas las existencias. La campaña puede ser eterna.
Ahora comprueba que el plomo ha regresado a un estado sólido. Extrae el contenido del molde: las balas saldrán unidas entre sí. Agarra unas tenazas y separa las balas. Ok, casi eres uno de los nuestros. ¿Has oído hablar del Ejército Invisible? ¿Estás preparado para emprender una ‘Petit Guerre Culturelle’? ¿Te sientes capacitado para implementar la ‘política del trabuco’?
Asegúrate de apagar bien la hoguera: si un rescoldo salpicara en la pólvora tu habitación podría acabar como el Dodge del Almirante. Examina las balas que acabas de fabricar. Las palabras que has vertido, las palabras que formaban parte de tus miserables ideas, se han combinado de manera aleatoria. ¿Aún no te has dado cuenta de qué va todo esto? Ahora tienes nuevas frases contenidas en las balas. Y lo que es más importante: pólvora, un trabuco de 1808 y unas irreprimibles ganas de arrasar con todo.
No hace falta que entrenes tu puntería, este es un juego de valientes. Si has pensado en la posibilidad de morir por la literatura, introduce el recortado cañón del trabuco en tu boca y revienta tu cabeza con una buena frase. Si, por el contrario, te has planteado vivir de ella, sal a la calle inmediatamente y no olvides tu munición. Como ya habrás pensado, la primera operación puede tener consecuencias imprevisibles. La cuestión dependerá del contenido ideográfico de las balas que emplees. Te recomiendo que las guardes en una bolsa de tela, de aquellas que tu madre te cosía para guardar las canicas, y las vayas extrayendo al azar. La reificación de la idea deviene en cierta actitud balística. Actitud. Eso es lo más importante. Y luego viene la aleatoriedad. El relativismo. La sinestesia. Una bala mezclada con la palabra NO debería trazar una trayectoria directa, categórica, imperativa. Pero si una de las balas, si una de las malditas balas ha pescado en río revuelto, si ha conseguido dar forma a una idea peregrina, como por ejemplo PISCINAS CON FORMA DE RIÑÓN REBOSANTES DE ESPERMA, puede ocurrir cualquier cosa, comportarse como la bala mágica de la Comisión Warren y acabar con toda la ciudad.
El objetivo de despedazar tus ideas antes de llevar a cabo la mezcla era premeditado. ¿Cómo lo has llamado? Ah sí… Bien, para formar parte del Ejército Invisible es imprescindible “renunciar a esa especie de bajoliteratura memorialística”. Aquí somos puristas, no nos andamos con chiquillerías, así que manda al infierno toda esa mierda.
Y prepárate.
Comienza a disparar.

C. B. De La Rogne

5 feb 2009

Alguien pondría este título: Desde la sala de lecturas del infierno

Leo La universidad desconocida, de Roberto Bolaño, un librazo, y escribo poemas en la biblioteca de la universidad. Tengo la casa llena de mugre y apenas si me queda comida. Pienso ahora, por ejemplo, en toda esa mierda de la autoficción y pienso, por ejemplo también, en la posibilidad de fabular con el pasado para así curarnos de nuestras propias agresiones. Todo es nuevo en esta página, porque hoy tengo la extraña sensación de que todo es nuevo en mi vida. No sé, he pensado en Alan Pauls (¿quién anda por ahí atrás, a qué me suena lo que acabo de decir? ¡EVM fuera de mi puta cabeza!), y eso me ha llevado a pensar en la posibilidad de morir por la literatura. He pensado en la posibilidad, repito, de morir en la literatura. Renunciar a la idea de escribir sobre nuestro día a día: renunciar, por ejemplo (sí, otra vez, «por ejemplo», «por ejemplo» y mil veces «por ejemplo»), a escribir que esta mañana ha sido mi segunda mañana de trabajo en el archivo y que me lo he pasado bien y se me ha pasado la mañana volando. En resumen, renunciar a esa especie de bajoliteratura memorialística... Pasar mil pueblos de decir, se me ocurre (nótese esta pequeña concesión al público), que esta tarde la máquina de la bollería industrial se ha tragado un euro que me hacía falta para comer. Hablo, por el contrario, de escribir desde la exclusa de lo posible, desde la crátera platónica de la que te nacieron las ganas de ponerlo todo patas arriba... ¡Entiéndete Juan! ¡Pegarle fuego al libro de actas de tu maldita cotidianidad! Intentar aproximarte al tipo que habita detrás de lo (im)posible.

4 feb 2009

Desde el ventanal


Desde el cobrizo ventanal que se abre en mi pared
puedes ver como las legiones de olivos bípedos,
de retorcidas patas,
escalan colina arriba
buscando un reino de nieve
donde cantan los guijarros cuando mueren de frío.
Cada mañana, con aureola fatua,
cuando el sol encumbra las montañas,
verás batallones de rocío exterminador arrollando el suelo,
mordiendo arena quebrada ya de musgo y tierra.
Por la noche dormitan gárgolas sobre el techo que nos cubra.
Bajo la luna podrás oír, con un poco de suerte,
como le silban a las estrellas…

¿Por qué coño no te vienes a dormir, tan sólo esta noche, conmigo,
aunque todo este cuento sea mentira?


Ángel Rodríguez López

A un poeta


Esa lúgubre manía de vivir (homenaje a un poeta)

tú,
que abriste mis ojos
hasta casi
quemar mis corneas…

has conseguido conmigo
lo que nadie jamás
consiguió

arrojarme a los placeres más obscenos,
esos de los que tanto tiempo huí,
sin obligaciones,
sin prejuicios,

simplemente
querías que los conociera

porque en el fondo,
y a pesar de mi superficialidad superficial,
eras consciente de que
esos placeres formaban
parte de mi

y,
sin estrategia alguna,
encontraste el canal
para que me inundaran por completo

y mi vida fue cambiando,
como siempre…
y no soy más feliz,
pero,
(y no me importa que nadie me entienda)
sólo puedo estar
eternamente agradecida
y
eternamente
en deuda contigo.
-Julia Belaño du Porc-

Verano azul


3 feb 2009

La tierra baldía


En esta basura pétrea, ¿qué raíces prenderán?
¿qué ramas crecerán? Hijo de hombre,
no lo puedes decir ni adivinar, pues conoces sólo
un montón de imágenes rotas donde el sol golpea,
y el árbol muerto no resguarda, el grillo no da alivio,
ni en la piedra seca suena agua. Sólo
hay sombra bajo esta roca roja,
(ven a la sombra de esta roca roja),
y te mostraré algo distinto de tu sombra
en la mañana, siguiéndote a zancadas,
o de tu sombra que a la tarde se eleva hasta encontrarte;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo.

[…]

Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo mío, sangre sacudiendo mi corazón
la terrible osadía de un momento de entrega
que un siglo de prudencia jamás podrá revocar
por eso, y sólo por eso, hemos existido
algo que no figura en nuestros obituarios
ni en las memorias tejidas por la benéfica araña
ni bajo los sellos rotos por el flaco notario
en nuestros cuartos vacíos.

Dayadhvam: he oído la llave
girar una vez en la puerta, girar sólo una vez
pensando en la llave, cada cual en su prisión
pensando en la llave, cada cual confirma una prisión
sólo al caer la noche, rumores etéreos
reavivan por un instante a un Coriolano abatido.

(Eliot, T.S.: La tierra baldía. Madrid: Cátedra.)

Pies muertos


... en ocasiones

mis pies se mueren ...

empiezan a adoptar un color
similar al verde
o al violeta
quizá azul en algunos momentos

se me mueren
y no hay manera de impedirlo

¿cómo se le hace el boca a boca a un pie?
¿cómo pretenden que lleve a cabo,
el, tan necesario,
masaje cardíaco?
se me mueren y
no puedo hacer nada

mis manos aprenderán
ahora
a valerse por si mismas

aprenderé a andar
con la cabeza pegada al suelo
mis pies funcionarán
de meros contrapesos
y mi cabeza
lo entenderá
todo

al revés

al contrario

al azar
-
julia cortezas du porc

2 feb 2009

-Nueva Sección: Tradicciones (a propósito de un poema de Palace)-


Tradicciones

Como su nombre indica, esta sección, prefigurada ya hace un par de semanas por una entrada en esperanto sobre el Capitán Nemo que aún aguarda su tradicción, está dedicada a liberar a los tradictores del yugo de la fidelidad completa y absoluta (ocurra con esto como con las verdades) y a ampliar el mundo de todos los lectores que, por el momento (New Gomorre ya está pensando en intensivos de francés y esperanto para toda su comunidad), nos necesitan para leer a los grandes.

Dicen que el bonaerense amigo de Bioy Casares (efectivamente, el mismísimo de Pierre Menard, autor del Quijote) siempre gustó más de la versión inglesa del Quijote que de la mismísima obra del Manco de Lepanto…

Dicen que el mismo Borges era bastante libre y osado en sus traducciones en las que, al parecer, según cuenta Bioy Casares en algún escrito, se permitía la licencia de intercalar extractos de su propia cosecha, entre otras muchas cosas. Según parece Borges creía en la mejora del original.

En este espacio no pretendemos en absoluto mejorar originales (nosotros no somos Borges), nuestro bajo perfil con la pluma nos lo impide. Sin embargo, lo que si que pretendemos es participar del original, aceptar la invitación de todo texto escrito a la escritura.

Y sí, atrevidos, pero honestos.

La que escribe disfruta particularmente leyendo a Edgar Allan Poe de la mano de Julio Cortázar, eso sí, no sé si más que con la lectura del mismo Poe, pero sí lo bastante como para renunciar a veces al original para leerlo nomás en bonaerense (aquí alguno estará pensando que nunca me curaré, que yo no soy Carol, y que deje ya al pobre Julio descansar en paz).

Quede así inaugurada, de manera informal, nuestra nueva sección de tradicciones: Turbotradicciones he dicho, no se le vaya a ocurrir a nadie pedir tradicciones fidedignas, pues nuestras rotundas carcajadas serán tan hondas que alterarán el mismísimo Olimpo.

A partir de este momento (mucha pompa y oropel) pueden enviar a Nueva Gomorra cualquier poema, escrito, fotografía, serigrafía, artículo, ensayo o patáfora que consideren meritorio de una tradicción, intentaremos cumplir con sus deseos en el menor tiempo posible.

Ni que decir tiene que esta nueva sección admite todo tipo de ataques virulentos y cañonazos legítimos o no (de hecho aguardamos impacientes la embestida – tenemos listos los calderos de aceite hirviendo y las zambombas… ¿Nueva Sodoma?)

La tradicción que sigue traiciona una reflexión a propósito del poema «Derecho de admisión» del maestro Antonio Palacios. Lo que sigue es pues una versión aproximativa de la reflexión original, si es que aún hay algo en este mundo que pueda recibir tan honorable calificativo.

El Consejo Redactor de New Gomorre les desea una agradable lectura.

Reservat el dret d’admissió


A la calle también,

querido mío,

los hombres sin sombra,

las mujeres sin sueños,

los rutinarios fieles a las buenas costumbres,

la mala fe,

fuera las putas de lo eterno,

las prédicas sobre el pecado,

las culpabilidades,

el miedo,

los inocentes

sin fantasía,

vayamos a incendiar,

vayamos,

una caja de fósforos…

los cuatrocientos cincuenta y un

no esperan.


Cazador de aviones y medidas,

es un honor oír las precisiones

de un loco consagrado

al noble oficio: el hombre.


Un honor,

observador,

tenerle entre nosotros.


Un honor de domingo

volver a releerte.

-New Gomorre-

1 feb 2009

Ulrica



Ulrica,

El libro de arena,

Jorge Luis Borges.


Hace años conocí en Francia a un lector empedernido de cuyo nombre no quiero acordarme. Se trataba de un tipo excepcional que leía todo cuanto caía entre sus manos, no desechaba nada, ni los prospectos de los medicamentos, ni los manuales de instrucciones de las cafeteras, ni tan siquiera la grosera propaganda de las ofertas de los supermecados. Por lo demás, el tipo tenía un gusto exquisito para la literatura. El teatro noruego, la narrativa argentina, las novelas de caballerías que causaron verdadero furor en España durante el XVI (Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula, de Garci Rodríguez de Montalvo era una de sus predilectas), la poesía latina (Cayo Valerio Catulo, por supuesto) y la novelística rusa del XIX, entre otros muchos tesoros, poblaban el paisaje de las estanterías de su estudio. Y sin embargo, esto no explica nada.


Una tarde habíamos decidido vernos en una cafetería cerca del mercado, junto a una librería especializada en literatura latinoamericana. Empezaba a gestarse algo, un sentimiento demasiado racional como para llamarse amor. Éramos conscientes de ello, tal vez por eso él me regalase aquel día el Libro de arena de Borges.

De este libro solo me interesa el relato más bastardo que jamás haya salido de las manos de Borges, Ulrica, me dijo cuando salimos al tumulto de la calle. Por aquel entonces yo pasaba las tardes y las noches en el campo de batalla: la lectura de Ficciones me absorbía. Tenía poco tiempo para redactar un trabajo cuyo título se inspiraba en una cita de Borges: «La metafísica es una rama de la literatura fantástica» y me costaba trabajo creer que el argentino hubiera podido tener la poca delicadeza de traer al mundo un hijo bastardo en forma de relato.

Él replicó citando a Borges en Ulrica: « […] lo que decimos no siempre se parece a nosotros». A pesar de que nunca me gustaron las frases sentenciosas (abomino de la verdad absoluta de la que hacen gala) pensé que esta no iba mal encaminada.

Ulrica sería el único relato que leyese del Libro de arena ese marzo de 2004 en el que andaba demasiado ocupada intentando desentrañar el misterio de la metafísica y lo fantástico. En cierto sentido él llevaba razón, Ulrica me pareció un cuento bastardo, casi de serie b, de una torpeza (si es que esto se puede aplicar a la madre del cordero de la narrativa argentina) inédita en Borges, de un sentimentalismo lánguido y patético. Me dio la sensación de que una de las pocas historias de amor con la que se había atrevido Borges no llegó a cuajar porque comparado con las «metas» (-literatura, -física) o la abstracción teórica más pura, el amor era un sentimiento bajo, demasiado corriente como para motivar una escritura digna (naturalmente, los que gustamos de aquel otro mítico argentino- y esto sí que es mitomanía- hemos de desterrar esta idea por simplista).

Al leer Ulrica aquella primera vez, el amor me pareció, a mí también, un sentimiento vulgar y carente de interés, poco sutil, obsceno y evidente. Años después, vuelvo a Ulrica y tengo la sensación de tener entre las manos el borrador de un proyecto mucho más amplio, un embrión, un cuento inacabado, un boceto trazado con las prisas del amante que se desviste torpe. Borges trató poco el tema del amor. Tal vez fuese demasiado tímido, tal vez demasiado pudoroso, tal vez el amor fuese un sentimiento demasiado sagrado (pero no olviden que toda elucubración mía a este respecto es irrelevante).


Por lo demás, Borges siempre formará parte de mí y de la universidad desconocida de esta ciudad imposible.

Con su debido respeto, el resto, querido lector, lo dejo a su entera discreción:


http://www4.loscuentos.net/cuentos/other/3/10/99/


P.D. «En Ulrica un diálogo inconexo trufado de referencias culturales y literarias dificulta la obligada laxitud de los amantes», mencionó el librero al entregarnos el libro con desprecio. Una vez más, esta no era sino su opinión.


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