6 feb 2009

Orientaciones para jóvenes perdidos y lumpenenamorados


Bien, comencemos. Pongamos que estás sólo en tu habitación. Ataja tus ideas, atrápalas antes de que escapen. Recuerda que andamos justos de tiempo. Desmóntalas violentamente hasta que no queden más que palabras, hasta que el suelo quede completamente cubierto de palabras. Reúne todo el plomo que puedas conseguir e introdúcelo en un cubo metálico o en la olla del cocido, lo que tengas más a mano. Si no encuentras nada adecuado, sal a la calle y róbalo. Haz una hoguera con ropa vieja, muebles, sillas, lo que sea. Cuidado con las cortinas y el edredón de tu cama. No te preocupes si el techo empieza a tomar una tonalidad ligeramente mortecina. El negro te sienta bien.
Coloca el cubo o la olla sobre la hoguera y mantenla ahí hasta que el plomo esté bien fundido y adopte una temperatura más o menos infernal. Recoge las palabras, los miembros amputados de tus ideas despedazadas y húndelas en el cubo de plomo hirviente. Húndelas, mézclalas bien, que queden bien embadurnadas. Ahora, con mucho cuidado, vierte el contenido del cubo en un molde para fabricar balas. Si no tienes molde, ve al Museo del Ejército Español (Calle de Méndez Núñez n. 1, 28014. Madrid) y roba uno. Roba de camino un arcabuz, una escopeta, un retaco o un buen trabuco. Deja que la mezcla se enfríe en el molde.
Bien, ahora necesitamos una fuente de energía, sí, de esas que confieren la capacidad de “volar” a objetos inanimados. Podría enseñarte la fórmula secreta de fray Berthold Schwarz (Bertoldo ‘el Negro’), aquel simpático franciscano de Friburgo, pero no nos queda tiempo. Ve a la tienda de las bromas y compra todo el material explosivo que encuentres (tracas, ruletas, lobitos, chinos, tigres, truenos, supergatos, cobras, mandarines, volcanes, petardos voladores, mariposas, etc.). Pártelos por la mitad y derrama su contenido en un gran cuenco. Si no es suficiente, acude a una armería y acaba con todas las existencias. La campaña puede ser eterna.
Ahora comprueba que el plomo ha regresado a un estado sólido. Extrae el contenido del molde: las balas saldrán unidas entre sí. Agarra unas tenazas y separa las balas. Ok, casi eres uno de los nuestros. ¿Has oído hablar del Ejército Invisible? ¿Estás preparado para emprender una ‘Petit Guerre Culturelle’? ¿Te sientes capacitado para implementar la ‘política del trabuco’?
Asegúrate de apagar bien la hoguera: si un rescoldo salpicara en la pólvora tu habitación podría acabar como el Dodge del Almirante. Examina las balas que acabas de fabricar. Las palabras que has vertido, las palabras que formaban parte de tus miserables ideas, se han combinado de manera aleatoria. ¿Aún no te has dado cuenta de qué va todo esto? Ahora tienes nuevas frases contenidas en las balas. Y lo que es más importante: pólvora, un trabuco de 1808 y unas irreprimibles ganas de arrasar con todo.
No hace falta que entrenes tu puntería, este es un juego de valientes. Si has pensado en la posibilidad de morir por la literatura, introduce el recortado cañón del trabuco en tu boca y revienta tu cabeza con una buena frase. Si, por el contrario, te has planteado vivir de ella, sal a la calle inmediatamente y no olvides tu munición. Como ya habrás pensado, la primera operación puede tener consecuencias imprevisibles. La cuestión dependerá del contenido ideográfico de las balas que emplees. Te recomiendo que las guardes en una bolsa de tela, de aquellas que tu madre te cosía para guardar las canicas, y las vayas extrayendo al azar. La reificación de la idea deviene en cierta actitud balística. Actitud. Eso es lo más importante. Y luego viene la aleatoriedad. El relativismo. La sinestesia. Una bala mezclada con la palabra NO debería trazar una trayectoria directa, categórica, imperativa. Pero si una de las balas, si una de las malditas balas ha pescado en río revuelto, si ha conseguido dar forma a una idea peregrina, como por ejemplo PISCINAS CON FORMA DE RIÑÓN REBOSANTES DE ESPERMA, puede ocurrir cualquier cosa, comportarse como la bala mágica de la Comisión Warren y acabar con toda la ciudad.
El objetivo de despedazar tus ideas antes de llevar a cabo la mezcla era premeditado. ¿Cómo lo has llamado? Ah sí… Bien, para formar parte del Ejército Invisible es imprescindible “renunciar a esa especie de bajoliteratura memorialística”. Aquí somos puristas, no nos andamos con chiquillerías, así que manda al infierno toda esa mierda.
Y prepárate.
Comienza a disparar.

C. B. De La Rogne

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Extracto de las actas del Pleno Municipal neogomorriano:

"A petición de su señoría, D. Lotarino de Corta y Pega, el Pleno de este Excelentísimo Ayuntamiento decide elevar a la categoría de Mariscal Supremo de todos los Ejércitos de la Nueva Gomorra, a Don C. B. De La Rogne".

Aplausos de los asistentes al pleno (pensionistas recién cobrados, prejubilados de Santana Motor, forosocialistas iracundos peromuybuenecicos y fauna varia de la socialdemocracia neogomorrista).

Anónimo dijo...

Hice como dijiste (por cierto, gracias Mariscal de todos los Ejércitos por este brillante ejercicio que nos brindas) acabo de encender la lumbre. Llevo todo el día desbrozando palabras sueltas, hierbajos y matojos, ideas que antes me parecieron inservibles y que ahora se me revelan, en frente del caldero, porque lo mío es un caldero a lo San Pedro, valiosas. Como te digo lo hice todo, hasta me duché para salir limpia a la calle (perdonen si aún no quiero morir por la literatura, eso sería un sacrificio innecesario, una obvia sacralización que la Dura no merece, eso se llamaría fundamentalismo y arrogancia).

Voy ahora a por la mezcla, has de saber que estoy algo nerviosa, sudo, supongo que es normal porque atraqué un almacén de polvora y ahora tengo la casa llena, está por todas partes y si salta una chispa, ya se sabe...

ZÁS!!

-La mujer de Lot- NG

Anónimo dijo...

lumpenenamorados

1.Amantes de todo lo propio o relativo al lumpen, la capa social más baja y sin conciencia de clase.

2.El ejército de reserva del amor.