La carta a Rocamadour y esta otra a una mujer valiente (Amanecer en fuga) comparten algo más que su destino: la caja del dolor.
A tus ojos abiertos llenos de dolorida lucidez:
Homenaje al coraje de los vivos
Te insultas
(siempre te sentó bien
la autoexigencia,
se te agrandan los rasgos
y te vuelves hermoso).
Hombre valiente.
Abres los ojos,
te observas,
el viejo espejo,
sigue donde lo dejaste:
el pulso no te tiembla.
(Imagino)
un hombre inmenso,
el objeto que incesante
le devuelve
su imagen
rota
como su corazón.
Ahora podrías quebrarte,
partirte el vientre en dos;
el cuchillo está a dos pasos.
Bajar la escalera y romper el mundo.
No lo haces.
Contemplas el reflejo de fragmentos:
tu carne, tu camino.
Ahora me acompañas,
solo será un momento,
te digo,
has de seguirme el paso,
sonríes:
Quiero que tomemos los trocitos,
luce el sol y
la mañana es fresca.
Quiero que los colguemos,
enganchados a las cuerdas,
en el patio de la casa.
Pronto se secarán
(no olvides que brillaba el sol).
Luego de que estén listos
(todo lo listos que los cielos lo permitan)
los recogemos,
si quieres,
si me dejas,
y hacemos un bonito atlas
de geografía nueva,
una cartografía arriesgada:
pongamos que ese trocito de océano
viene a golpear un olivar cercano,
pongamos que se juntan
el D.F. y Santiago de Chile,
que en medio del desierto,
(estamos en el Sahara)
nace una hermosa flor
de porcelana negra;
un insecto la liba.
Sabe que,
como tú,
ella contiene el mundo.
- NG -
1 comentario:
"quiero que los colguemos,/enganchado a las cuerdas"
muchas gracias, mrs. plath, haremos como Amalfitano, ese personaje que me gusta tanto de 2666, que sólo hallaba paz cuando, después de leer un libro, lo colgaba del tendedero de su casa...
algo cansado, pero ligeramente feliz. desde la plaza pública neogomorriana
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