12 feb 2009

Homenaje al coraje de los vivos



La carta a Rocamadour y esta otra a una mujer valiente (Amanecer en fuga) comparten algo más que su destino: la caja del dolor.

A tus ojos abiertos llenos de dolorida lucidez:

Homenaje al coraje de los vivos

Te insultas

(siempre te sentó bien

la autoexigencia,

se te agrandan los rasgos

y te vuelves hermoso).

Hombre valiente.


Abres los ojos,

te observas,

el viejo espejo,

sigue donde lo dejaste:

el pulso no te tiembla.


(Imagino)

un hombre inmenso,

el objeto que incesante

le devuelve

su imagen

rota

como su corazón.


Ahora podrías quebrarte,

partirte el vientre en dos;

el cuchillo está a dos pasos.


Bajar la escalera y romper el mundo.


No lo haces.


Contemplas el reflejo de fragmentos:

tu carne, tu camino.


Ahora me acompañas,

solo será un momento,

te digo,

has de seguirme el paso,

sonríes:


Quiero que tomemos los trocitos,

luce el sol y

la mañana es fresca.

Quiero que los colguemos,

enganchados a las cuerdas,

en el patio de la casa.

Pronto se secarán

(no olvides que brillaba el sol).

Luego de que estén listos

(todo lo listos que los cielos lo permitan)

los recogemos,

si quieres,

si me dejas,

y hacemos un bonito atlas

de geografía nueva,

una cartografía arriesgada:

pongamos que ese trocito de océano

viene a golpear un olivar cercano,

pongamos que se juntan

el D.F. y Santiago de Chile,

que en medio del desierto,

(estamos en el Sahara)

nace una hermosa flor

de porcelana negra;

un insecto la liba.


Sabe que,

como tú,

ella contiene el mundo.


- NG -

1 comentario:

Anónimo dijo...

"quiero que los colguemos,/enganchado a las cuerdas"

muchas gracias, mrs. plath, haremos como Amalfitano, ese personaje que me gusta tanto de 2666, que sólo hallaba paz cuando, después de leer un libro, lo colgaba del tendedero de su casa...

algo cansado, pero ligeramente feliz. desde la plaza pública neogomorriana