30 nov 2009

Nieve

Como el blanco doloroso de la nieve,
esperas convertir el viaje
en un testimonio de ti mismo,
de lo que de humano y digno llevas
sobre tu espalda.

Tal vez la mujer que te acompaña
te lo ponga fácil
y por la noche,
justo antes de acostarse,
te bese la piel de las costillas
y te diga

en esta jaula donde me siento tuya
habita la esperanza de una vida donde no exista
lo irrespirable de la existencia


para hacerte sentir que más allá de tu dolor
vive un hombre rendido
a la belleza inmarcesible
de lo que le fue dado.

Como si la ciudad te hubiera dormido la lengua
saboreas en ese instante el gozo de sentirte vivo,
más vivo que la misma vida
y le agradeces a tu cuerpo la paciencia.

Tu mujer al despertarse es tan bella
que te sientes morir de felicidad.

29 nov 2009

Vidas imaginarias, de Marcel Schwob

Le dedicamos esta entrada al parmesano Lord Bohemius, seguidor y ciudadano insigne de nuestra urbs.

Dolcino proclamó la nueva fe. Decía que tenían que vestirse con manteletas de tela blanca, como los apóstoles que estaban pintados en la pantalla de la lámpara, en el refectorio de los Hermanos Menores. Aseguraba que no bastaba con bautizarse; y, para volver por completo a la inocencia de los niños, construyó una cuna, se hizo envolver en pañales y pidió el pecho a una mujer simple que lloró de piedad. Para poner su castidad a prueba, rogó a una burguesa que convenciera a su hija para que se acostara, completamente desnuda, a su lado en una cama. Mendigó una bolsa llena de denarios y la distribuyó entre los pobres, los ladrones y las putas, declarando que no había que trabajar más, sino vivir como los animales en el campo. […] Las gentes piadosas creyeron que había vuelto el tiempo de los Caballeros de Santa María, y de aquellos que antaño habían seguido, errantes y enloquecidos, a Gerardino Secarelli. Se congregaban boquiabiertos alrededor de Dolcino y murmuraban: “¡Padre, padre, padre!”. Pero los Hermanos Menores lo hicieron expulsar de Parma. […] Dolcino no fijó ni regla ni orden alguno, seguro de que todas las cosas debían ser por caridad. Los que querían se alimentaban con las bayas de los árboles; otros mendigaban por los pueblos; otros robaban ganado. La vida de Dolcino y de Margarita fue libre bajo el cielo. Pero la gente de Novara no quiso comprenderlo. Los lugareños se quejaban de los robos y del escándalo. Hicieron venir una tropa de hombres armados para rodear la montaña. Los apóstoles fueron diseminados por la región. A Dolcino y a Margarita los ataron sobre un asno, con la cara vuelta hacia la grupa y los llevaron hasta la plaza mayor de Novara. Allí fueron quemados en la misma hoguera, por orden de justicia.

SCHWOB, Marcel: Vidas imaginarias y La cruzada de los niños. Valdemar. Madrid: 2003

28 nov 2009

"Nos reciben las calles conocidas", un poema de Jaime Gil de Biedma


Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

26 nov 2009

Presentación de La hamaca de lona

Un hombre a un salario base pegado

por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones

BENEDETTI

no
no he sido torturado jamás
bueno
quizá habría que exceptuar las tundas
que me infringía mi padre
cuando yo era niño
o los palmetazos
que me propinaba el maestro
cuando no me sabía la lección

sólo soy un hombre
pequeñito
a un salario base pegado
y no muevo un dedo porque vivo
cagado de miedo
demasiado preocupado por si
pierdo mi empleo
(¿no es sufuciente este tormento?)
porque estoy atado a una mujer y 2 niñas
a las que quiero

Patricio Rascón Fernández

Excusa

no, yo no trabajo
en una fábrica de armas
ni levanto muros de cemento armado
o redes de alambre de espino
no, yo no trabajo
en ese ramo de la construcción
ni soy el brazo de la ley
que trata de llegar al cuello
o a las ropas de inmigrantes i legales
cuando tratan de pasar por encima
de esos muros y alambradas
ni tampoco soy,
en otro orden de cosas,
el gancho, la porra, el rifle o el arpón
que asesinan a sangre fría
focas, ballenas o cualquier otra especie
animal que se les ponga por delante
no, yo no trabajo
en ninguna de esas historias
o en otras por el estilo
no, lo lamento,
yo no tengo vuestra excusa:
yo no tengo
crías que alimentar

David González

Las dos cabezas de la bestia, David González y Patricio Rascón, nacen del cuerpo del número 25 de la revista de poesía que presentamos mañana, 27 de noviembre, a las 19:30 en el Casino de Artesanos de la calle Cerón. Como sabéis, me estoy refiriendo a la magnífica revista de literatura que desde hace años saca a la calle contra viento y marea ese gran poeta que es Juan Antonio Mora. Nos referimos, por supuesto, a La hamaca de lona. Estáis todos invitados. Media Nueva Gomorra estará allí.

Ultraplath


24 nov 2009

Se han abierto tus labios...

Se han abierto tus labios
como rompiendo los silencios
de crepúsculos anudados en los dientes.
De reojo,
he visto como ha salido del oscuro magma
de tu boca un beso cercenado y hueco.
Al llegar a casa me decido a unirlo,
armándolo con plausible elegancia, con temor desmembrado.
He armado tus labios en la cabeza
pero no encuentro el sabor que hace rato floreció en tu boca,
la que saltaba en clave de fa,
armónica, volátil, momentánea,
como la música de tu cuerpo.

Ángel Rodríguez López

23 nov 2009

Ahora sabréis lo que es correr, Dave Eggers

Mi mente, es un hecho, tengo pruebas de ello, es capaz de mantenerse inmóvil sobre las alas de un colibrí. No solo de mantenerse, sino de girar en torno a ellas. Y cuando funciona a pleno rendimientos, no hay quien detenga esos giros. Las máquinas trabajan sin descanso, sus dispositivos rara vez se enfrían. Y aunque suelo olvidar todo lo que posee alguna importancia -razón por la que la gente me confía sus secretos-, mi mente goza de un prodigioso talento para el almacenamiento del dolor. Ningún tormento se pierde en el olvido, en ningún momento disminuye en color, intensidad o calidad de sonido. Fue archivado para estar a mano.

22 nov 2009

El sueño del empirista (Tentativa realficcionalista nº3)

La siesta en verano es de un sueño ligero, provocado por el calor y las moscas cojoneras, y se intenta combatir a golpe de ventilador, penumbra y silencio, mucho silencio. Esto, en mi niñez, convertía la sobremesa en algo tedioso, realmente aburrido. Si no fuera por la falta de sangre o porque se oía algún que otro ronquido, la imagen parecía la escena de un crimen: un montón de cadáveres desparramados por los sofás y sillones de la casa. Ojos semicerrados con bocas entreabiertas, exigiendo algo más de oxígeno de lo que unas posturas tan poco ergonómicas eran capaces de darles; brazos y piernas suspendidos buscando un débil soplo de aire o directamente desplomados sobre el suelo, aprovechando el frescor que emanaba de la cerámica vidriada del piso. Suelo, por cierto, por el que yo andaba de puntillas, sigiloso como una pantera, camino al cisma irreconciliable con la sagrada siesta cuya suma sacerdotisa, mi madre, de sueño ligero, siempre despertaba al oír abrir el cerrojo de la puerta de la calle:

-¿Dónde te crees que vas? ¿Tú no has visto lo que hace en la calle? –todo muy en voz baja para no despertar a nadie.

-Mamá no tengo sueño, yo me voy por ahí a ver quien hay.

-Ahora mismo no hay nadie en la calle ¡Todo el mundo está durmiendo la siesta!

Levantando un poco más el tono de voz y advirtiéndome:

-¡Mira!, no quiero que vengas dentro de quince minutos diciendo que no hay nadie y que hace mucho calor. Si te vas, hasta que no se termine la siesta, no vuelvas.

Casi siempre la conversación acababa con un improperio por parte de alguna de mis hermanas que, desvelada, despertaba como una posesa: “¡Vete a la mierda!” Ese era el momento ideal para escapar, justo en el instante en que mi madre regañaba a mi hermana por ser tan grosera. Para cuando volvía a lo suyo conmigo, yo ya había cerrado la puerta de la calle, ¡libre!

En cierta forma no le faltaba razón, cabía la posibilidad de que no hubiera nadie y tuviera que pasar toda la tarde buscando la sombra sólo, pero para mí era preferible eso a tener que estar la sobremesa, después de haberme comido una contundente pipirrana con su respectiva barra de pan, leyendo un libro hasta las seis de la tarde que sería cuando todos empezarían a despertar. Desde niño fui un empirista nato y no había ninguna idea que pudiera superar a las mil aventuras que, acechando a la vuelta de cualquier esquina, podía estar perdiéndome.

En esa ocasión, lo único que encontré con vida en la calle, a parte de las chicharras con su ruido estridente y monótono, fue a Canela, mi perro callejero que siempre estaba esperándome en la puerta del porche. Todos en el barrio teníamos uno. Como nuestras madres no nos dejaban llevarlos a casa, los cuidábamos en la calle, dándoles cosas que conseguíamos: un trozo de tocino del jamón, un mendrugo de pan o le dábamos parte de nuestro bocadillo de la merienda; incluso recuerdo que cuando teníamos una batalla, con los chicos del barrio del otro lado de la presa, quienes perdían tenían que darles sus bocadillos a los perros de los que habían ganado. De una forma u otra los íbamos alimentando.

Sólo le pude conseguir un trozo de pan que saqué del contenedor de la basura, que se fue comiendo poco a poco, siguiendo mi rastro, hasta la higuera que había al final de mi barrio, donde la calle acababa y empezaba el campo. A la sombra de ésta terminé de echarle a Canela el pan y recuerdo que me puse a comer unos cuantos higos, maduros y sabrosos, como yo no he vuelto a probar, pero calientes como una brasa. Todo estaba caliente y seco.

Como mi madre me había augurado la tarde iba a ser solitaria y calurosa. Pensé en ir a la presa, quizás allí habría alguien, me daba igual, aunque fuera el mismísimo diablo esa tarde sería mi compañero. Así que me puse a caminar por la explanada, donde estaban construyendo casas nuevas, camino hacia la presa. De todas formas, aunque no hubiera nadie, aprovecharía para bañarme y pescar algún barbo.

Fue al llegar a la gran alameda, que había antes de llegar a la presa, cuando pude comprobar que en el mundo había alguien más que yo capaz de no dormir la siesta. A lo lejos empecé a oír como el llanto de unos niños, una serie de lamentos irreconocibles que cada vez se iban acercando más, junto a un paso desacompasado que, finalmente, me hizo reconocer quién era el que acercaba: el viejo Benilde, arrastrando su vieja pierna ortopédica por el otro lado de una acequia que había frente a mí. Llevaba a cuestas un saco con lo que me pareció cachorros de perro, de todas formas la curiosidad me hizo que le preguntara para asegurarme.

- ¿Qué es lo que llevas en el saco?

- Perros –sin aminorar la marcha y ni siquiera mirarme para contestar.

Sin dudarlo, salté la acequia, me puse a caminar con él. Cuando miré para atrás vi que Canela no seguía mis pasos, le silbé para que viniera pero ella se sentó al otro lado de la acequia, como diciéndome: “Aquí te espero”, o así lo interpreté.

- ¿Por qué los llevas en un saco? –le pregunté.

- Porque no me caben todos en las manos, ¡lárgate niñato preguntón! –me exclamó.

Aunque me tiró algunas piedras para que me achantara y no le siguiera, la curiosidad de comprobar a dónde iba con los cachorros, hizo que, con algo de distancia, fuera tras él hasta que llegamos a una era abandonada, parando en seco delante de unos peñones que se habían caído de la vieja pared de la era. Sin dudar ni un sólo instante, tiró un cigarro que llevaba en la boca, bajó el saco de su hombro y con toda su fuerza lo golpeó contra los peñones un par de veces. El lamento de aquellos cachorros quedó en un devastador silencio. “No los puedo criar”, fue lo único que me dijo, poniendo el saco bocabajo y tirando a todos los cachorros a la tierra para comprobar que estaban muertos.

-Mira a ver si todavía respira alguno, tú que eres más joven y tienes la vista menos cansada.

Pude contar seis cachorros, todos con pocos días. Uno de ellos todavía respiraba y lo cogí entre mis brazos.

- ¡Mira, aquí hay uno que respira todavía! ¡No lo mates!, yo lo puedo criar, tengo ya uno, Canela, se quedó allí en la acequia, ¿no lo vistes?

El viejo, con otro cigarro en la boca recién encendido, se acercó, lo miró y lo tocó: “No tiene arreglo”. Todavía en mis brazos, tapó el pequeño hocico con las yemas de sus dedos índice y pulgar hasta que el animal sucumbió, estirando sus pequeñas extremidades intentando encontrar el oxígeno que necesitaba su último aliento de vida. Me cogió de los brazos el cachorro y lo tiró con los demás.

-¿No los enterramos? –le pregunté.

-No, da igual, las alimañas también los desentierran para comérselos. Déjalos ahí, verás como mañana no están. Después de eso, se fue dejándome allí. Fue de las pocas veces que mi vida se cruzó con la del viejo Benilde.

Todavía echaba humo la colilla que había tirado antes de matar a lo perros. La cogí y fui fumándomela hasta la acequia en busca de Canela, pensando en el infortunio de esos cachorros, en la muerte. “Creo que Canela sabía a dónde iba el viejo” –pensé. Fue la primera vez que fumé, tenía diez años, ahora tengo ochenta y siete y mataría, sin dudarlo, por un cigarro. He fumado mucho, pero hace siete años que me conectaron a una bombona de oxígeno y no puedo fumar. Ya hace bastante tiempo que no salgo a la calle, caminar me fatiga demasiado y paso el día sentado en un sillón mirando por la ventana, intentando rescatar entre tanto bloque de hormigón, de los cuales fui obrero durante cuarenta y dos años, el punto exacto donde se encontraba aquella higuera que separaba la calle del campo en mi niñez. Ya hace un tiempo, sueño que estoy en ella comiendo higos con Canela, que me aparece como si el tiempo no hubiera pasado, al igual que el viejo Benilde que siempre asoma por mi espalda a darme un cigarro y cuando empiezo a fumarlo, a disfrutarlo y saborearlo, y quiero expulsar el humo, con su dedo índice y pulgar, me tapa la nariz y noto como no puedo respirar, me ahogo e intento quitarle los dedos. Cuando por fin lo logro y consigo despertar en mi sillón, delante de la ventana, inhalando oxígeno como el sediento que bebe agua, no puedo evitar sentirme alimento de alguna alimaña que cada día noto más al acecho. Sé que sólo es cuestión de tiempo.

Curro Jiménez Melero -NG-

21 nov 2009

Caballo de trapo

Al pequeño Sebastián lo despojan como pueden de su infancia. Tras la muerte de su padre la única opción es crecer lo más rápidamente posible y convertirse en un miembro útil de la sociedad. A los ojos de su madre Sebastián ya tiene demasiados años y ha desgastado ya demasiado tiempo. Tras el fallecimiento de su marido, lo único que la viuda quiere ahora es eliminar cualquier rastro de infancia que haya en la casa, siendo Sebastián y su caballo de trapo los más afectados por la decisión. Ante la negativa de Sebastián que lloraba y pataleaba con sólo pensar en la posibilidad de tirar el viejo caballo, la viuda optó por dejarlo junto a un contenedor mientras el niño dormía."Es por su bien, sólo por su bien. Es necesario que crezca, no puede ser un niño toda su vida" se repetía la triste señora vestida de negro. Pero la triste señora, que vistió de negro el resto de su vida, no podía estar más equivocada, ya que su hijo Sebastián se acabó convirtiendo en otro Ciudadano Kane que no apartó de su mente el viejo caballo de trapo durante todos y cada uno de los días que le quedaban de vida, ya que a lomos de aquel viejo caballo era como pretendía huir de aquella casa en la cual no le dejaban tener infancia.

Caballo de trapo
es una texto de Marla Jacarilla perteneciente a su proyecto Historias sobre cosas que la gente acostumbra a abandonar en la calle.

20 nov 2009

Paisajes


estimados ciudadanos y ciudadanas gomorritas:

este paisaje es el que tengo en mente cuando pienso en los caminos que tomar en la vida... como veis, un camino claro, con líneas rectas, con adivinanzas, y con escondites en los que resguardarse... eso es lo que buscaré...

Juliette Croûte

19 nov 2009

Encadenados


Se fue muriendo todo,
pero ellos no murieron.
La madera del hombre
duró más que sus sueños.
Lo que muere del hombre
vivió más que lo eterno.
Se murió la esperanza
y siguieron viviendo.
Sólo los perros mueren
al morirse su dueño.

José Hierro (Quinta del 42) 1952.

Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas

El éxito de los best-sellers estriba, entre otras cosas, en el hecho de poder compartir esa lectura con otras personas. Qué soledad la del lector de Walser, Kafka o Pynchon. Es tan difícil mantener en secreto determinadas lecturas como determinados amores. O acaso ambas cosas sean lo mismo. De ahí que el gusto compartido por un libro, un escritor, un músico, sea a menudo el origen y el sustento de una amistad, como la que mantenemos Enrique Vila Matas y yo desde hace tiempo. Él me cuenta libros, lugares y escritores que ambos hemos visitado, y frecuentemente me descubre otros cuya lectura me será imposible mantener en secreto. Pero no está todo hecho, la amistad, también como el amor, debe ir alimentándose con el tiempo con besos y libros.

Se queja Enrique de lo peligroso que puede ser regalar un libro a un amigo, y se maravilla de que mientras que algunos de estos libros nunca serán leídos por la persona a la que se le regala, lo serán por desconocidos dichosos y agradecidos de poder hacerlo, como yo.

Es una colaboración de Matías Gámez Martínez, a quien le agradecemos una vez más su paso por la ciudad.

18 nov 2009

Silencio


Este dolor a solas.
Acaso la enésima confesión
que le haces al espejo:
mirar tus manos
y sentir la ruina de la voz perdida.

Un hombre sin oficio
te observa sin clemencia.

Las palabras que no brotan.
La pútrida raíz
de tu silencio.

17 nov 2009

John Table en Mineártpolis


John Table es un artista polifacético. Un amigo de Nueva Gomorra al que seguimos desde que descubrimos su más que interesante blog: Yokokomo. También uno de nuestros honorables metecos. John pinta, dibuja, escribe y realiza collages como el que encabeza esta exposición virtual. Espero que os guste tanto como a nosotros.

16 nov 2009

El hombre en el castillo, Philip K. Dick

Imaginad que la Segunda Guerra Mundial la hubieran ganado los alemanes y los japoneses. Imaginad que una parte de los Estados Unidos de América estuviera ocupada por los japos y que el resto del mundo, como quien dice, estuviera en manos de los nazis (liderados por el jerarca Martin Bormann). Imaginad que la carrera espacial estuviera monopolizada por los alemanes y que los nazis empezaran a colonizar los planetas del sistema solar... Imaginad el Mediterráneo seco, convertido en un inmenso campo de cultivo para el III Reich. Imaginad, por ejemplo, a los colonos alemanes ocupando el este de Europa, casi limpia de eslavos. Imaginad todo eso y mucho más (la cacería de los últimos judíos sobre la tierra, el proyecto de arrasar con África, a Hitler encamado gracias a la sífilis...) y os daréis de bruces con esta historia suculenta de Philip K. Dick. Una historia interesante hasta el final, con buenos personajes e historias cruzadas que pivotan, algunas, sobre las páginas de otros dos libros que son claves en la historia: uno real, el I Ching, también llamado El libro de los cambios, al que Dick acudía recurrentemente, y otro ficticio, que sostiene buena parte de la novela, La langosta se ha posado, un libro donde se cuenta lo que en la novela resulta una ucronía: que los aliados habían ganado la Segunda Guerra Mundial. Un libro leído por millones de personas casi en secreto y cuyo autor vive encerrado en un castillo de alta seguridad, temeroso de que algún sicario nazi pueda asesinarlo. Distopía y metaliteratura de ficción, buena mezcla entonces. Imprescindible para transhistóricos y fabuladores diletantes (como nosotros).

14 nov 2009

La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán

Leo lo escrito y no me gusta demasiado. Espero tener tiempo suficiente para corregirlo, pienso, sabiendo que no me alcanzaría todo el tiempo del mundo porque es muy poco todo el tiempo que le queda al mundo y que, en realidad, el destino de todos nosotros, los escritores que obedecemos al llamado de la vocación y no al afán de licro, no es más que una continua búsqueda de pretextos para diferir el momento de tomar la pluma.

13 nov 2009

The Pixies VS. The Pixies


This monkey´s gone to heaven... El hombre es cinco, el diablo es seis and god is seven. ¡Qué locos! Frank Black y su obsesión por la numerología bíblica. ¿Qué hora es? ¿Qué demonios de hora es? Efectivamente, no son las seis, pero le falta poco... 2666 se mezcla con esta mierda de café y unos folios manchados de algo parecido a lo que David Eggers llamaría, por ejemplo, dañina cotidianidad. Es insoportable.

-¿Quién es esa mujer?
-Kim Deal.
-¿Y esa quién pollas es?
-La que durante años me pareció la mujer más atractiva del mundo.
-¿Por qué tienes que hablar así? ¿Te refieres a la bajista de los Pixies?
-Sí.
-Tú estás tonto.
-No lo creo.


-Alguien pregunta por ti.
-¿Quién es?
-Será la pesadilla que cuenta en su libro Eggers.
-¿Esa sobre el paso del tiempo y la decadencia?
-No, esa no, me he confundido. Te hablo de un sueño de Belano.
-No me acuerdo de ese sueño. Solo de la historia del niño y el pozo.
-Claro que no te acuerdas. Tú no duermes hoy.

-De todas formas te estoy hablando del paso del tiempo y de las cosas que cambian. No te hablo de la decadencia, sino del paso del tiempo, que es bien distinto... Hablas de los Pixies y creo que me hablas de otra cosa. Acaso de lo que nunca cambia... Ellos son buenos. No fallan. Es de eso de lo que me estás hablando en realidad.

-Déjate de tonterías. Te estoy hablando de la diferencia entre lo inmarcesible y lo que, si acaso, se puede acomodar al viento de la actualidad. Yo no iré al cielo... Eso sí es real.

12 nov 2009

Smoke and the Blue Face


― Bien. ¿Por cuánto dinero te comerías un plato de mierda, Tom?
― (Se ríe) ¡Ah! Te diré una cosa. Ésa no vale. Quiero decir que todo el mundo tiene un precio, pero yo no, yo no. Tommy Fanelli no.
― Nada de mierda para Tommy.
― Yo no como mierda. Va contra mi religión.
― ¿Qué religión es esa, Tommy?
― La religión de la cordura, Peter. Deberías probarla alguna vez.
― Era la mía. Me excomulgaron.

AUSTER, Paul (1995) Smoke & Blue in the face. Barcelona: Anagrama.

11 nov 2009

Aritmética

Pitágoras

Tristemente
dos más dos son cuatro,
eso es así,
no hay vuelta de hoja,
y mientras contemplamos
la rotundidad de nuestra
desgracia
cavilamos acerca de dónde vinieron
dichos operandos
y qué determinó
aquel jodido signo de operación
para abocarnos
a este trágico resultado.

Aritmética es un poema de Víctor Rodríguez Lledó

10 nov 2009

Fiesta de despedida


...estaba mirando formas en el humo, en estancias diminutas, distinguiendo dragones y samuráis, perpetrando movimientos desbordados y escorzos a lo Béla Lugosi entre la luz plana, las voces, la música y las miradas de los círculos preventivos. Sintiéndome un vampiro desintoxicado re-caído delante de la pantalla de un cine de verano, resplandores en la hierba. Buscándole el peso específico al tiempo que pasa en un baile de fin de época.

Estaba equivocando flash-backs a discreción, palpándome los bolsillos buscando mi espejito mágico, reordenando aromas invernales cobrizos en alineaciones (rayas) insólitas, invocando sin excesivo entusiasmo (como siempre) antepasadas anécdotas mitológicas sobre ver arder ciudades, sobre los leones en la sierra. Observando prenderse, justo en el momento justo, el pa(i)saje estelar... sonaba de fondo, lo recuerdo perfectamente, aquel corrido: ¡...del campo a la ciudad! ¡se pierde la inocencia!

Luego ya todo pasó muy rápido, como en una pelea limpia, pero era de justicia un baile de despedida.

José Palacios Ramírez (Poetica Seminarii, noviembre-diciembre de 2007)

9 nov 2009

8 nov 2009

La Biblioteca Popular de Aluche "La Candela"

Portada del número 1 de Dale candela

Ejemplo de uno de los actos
organizados en La Candela

La mesa está llena de libros y revistas. Pero hay una publicación que no sé muy bien cómo ha llegado hasta aquí. Intento hacer memoria, pero no lo recuerdo... Esa publicación se llama Dale candela y en la portada se indica que es el número 2. Leo un poco y me doy cuenta de que es una publicación de la Biblioteca Popular de Aluche "La Candela". Abro su web y decido echarle un ojo después de haber leído su publicación... Está claro que es algo más que un fanzine. Los artículos suman y no desmovilizan. Hay un tono combativo y optimista en cada una de sus páginas y reconozco de dónde viene esa manera de mirar. Echo un vistazo a su web. Veo a la Biblioteca, a su asamblea, a su gente, metida en mil luchas, construyendo un barrio distinto, peleando por la construcción de un tejido social que escape del mercado, que sea tierra fértil para el antagonismo. Pienso que ese tono visceralmente esperanzado tiene que ver con la radicalidad de su apuesta y la visibilidad de los cambios que genera un espacio como esta biblioteca de la que hablamos. ¡Un espacio de libros! Espacio para mil charlas, rampa de lanzamiento de una excelente publicación, territorio para el debate, el aprendizaje, la controversia... Un espacio para la organización y la lucha social. Termino de leer el Dale candela y decido que si voy al Encuentro del Libro Anarquista de Madrid, me pasaré también por allí. Espero arrimarle un poco de madera a la candela insurrecta que arde en Aluche desde hace años. Enhorabuena por el proyecto.

Juan -NG-

7 nov 2009

En un bar, después de un concierto de Andrés Calamaro

-La virgen que conciertazo (¡premio!, avance: uno, dos...). Lo que te has perdido, el puto viejuno cantando canciones del Salmón sin parar, de las que no se sabe nadie (¡premio!).

-Camarero, por favor, póngame otro café con leche en vaso de caña y cámbieme estos diez euros para la máquina. ¿Qué decíais?

-Pues eso, que la peña se ha puesto a hacer el rollo barra brava en la canción de Los chicos y eso te hubiera gustado.

-Ya pero es que ya me han tocado mil pesetas, bueno, seis euros, y la gente del bar es de puta madre.

-Pero si no hay nada más que policias...

-Bueno, algo malo tenían que tener (avance: uno, dos, tres...). Espera, espera, espera... ¡Ole ahí! (¡premio!). ¡Camarero, póngase también... (¿qué queréis, calamares no?) dos cervezas y un plato de jamón!

-Al próximo te vienes, que cualquier día de estos se encierra y ya no vuelve a cantar.

-¡Toooooooooooooooooooooooma! (¡premio!). Me encantan las tragaperras de finales del siglo XX.

5 nov 2009

La lección de Eugène Ionesco


EL PROFESOR

Resumamos: para aprender a pronunciar se necesitan años y años. Gracias a la ciencia, podemos conseguirlo en tan solo unos minutos. Sepa usted que para hacer que salgan las palabras, los sonidos y cuanto se le antoje hemos de expulsar sin piedad el aire de los pulmones, luego, con delicadeza, hacerlo pasar rozando las cuerdas vocales que, de repente, como arpas o como el follaje cuando hay viento, tiemblan, se mueven, vibran, vibran, vibran o vibran guturalmente o silban sibilantes o se arrugan o silban, silban, haciendo que todo se mueva: úvula, lengua, paladar, dientes…

LA ALUMNA

Me duelen las muelas.

EL PROFESOR

…labios… Al final las palabras salen por la nariz, la boca, las orejas, los poros, arrastrando con ellas todos los órganos que acabamos de mencionar, arrancados de cuajo, en un vuelo poderoso, majestuoso, que no es otra cosa que lo que llamamos, sin propiedad, la voz, modulándose en canto o transformándose en una terrible tormenta sinfónica con todo un cortejo… de ramos de las más variadas flores, de artimañas sonoras: labiales, dentales, oclusivas, palatales y de otro tipo, ya dulces, ya amargas o violentas.

LA ALUMNA

Sí, profesor, me duelen las muelas.

EL PROFESOR

Sigamos, sigamos. En cuanto a las lenguas neoespañolas, se trata de parientes tan cercanas entre sí que podríamos considerarlas como verdaderas primas hermanas. De hecho, son hijas de la misma madre: el español con "l"[1]. Por eso es tan difícil distinguirlas entre sí. Por eso es tan útil pronunciar bien, evitar los errores de pronunciación. La pronunciación por sí sola es ya todo un lenguaje. Una mala pronunciación puede jugarles malas pasadas […].



[1] Nota del equipo traductor: adaptación de una nota humorística intraducible en español.

4 nov 2009

El clan de los parricidas, de Ambrose Bierce


En junio de 1872, una mañana temprano, asesiné a mi padre, acto que me produjo una tremenda impresión. Fue antes de mi boda, cuando aún vivía en Wisconsin con mi familia. Estábamos mi padre y yo en la biblioteca de casa repartiéndonos el producto de un robo que habíamos cometido aquella noche. Se trataba, en su mayor parte, de enseres domnésticos, y la tarea de dividirlos equitativamente se presentaba difícil. Al principio nos entendimos muy bien sobre el reparto de las servilletas, toallas y cosas así, e incluso el reparto que hicimos de la plata fue bastante justo; pero cuando le tocó el turno a una caja de música, vimos que era muy problemático dividirla entre dos sin que esta división diera mucho resto. Aquella caja fue la que ocasionó el desastre y la desgracia de mi familia: si no la hubiéramos robado, mi padre aún estaría vivo.

3 nov 2009

El equilibrio, un poema de David Peña


Cálmate.
Despacio.
Respira hondo… ahora:
pon primero un pie,
después el otro;
la mirada fija al fondo
en un punto indefinido.

Al fondo, muy al fondo.

Advierte como el tiempo se detiene
a cada paso tuyo,
sobre el pávido temblor de la cuerda.
No te pares,
no tengas prisa,
no atiendas a críticas o halagos:
sólo tú conoces tu camino.

Libera el peso de tu corazón y avanza.

Adelante, siempre al frente,
que no hagan mella en ti
euforia o desencanto,
éxito o fracaso.

A la caída no temas,
pues ya estás en el suelo.
A qué habrías de temer
cuando todo lo has perdido.

La promesa del caos: el equilibrio.

2 nov 2009

El loro de Flaubert y Monsieur Ionesco

¿Qué relación hay entre Monsieur Flaubert y el teatro del absurdo? Aparentemente no mucha. Sin embargo la hidra y sus cabezas son como los caminos del Señor… Ayer leía con cierto aburrimiento un cuento de Flaubert, Un corazón simple, la historia de la desgraciada sirvienta Félicité, un dechado de calamidades y desventuras que, en cierto modo, y aunque nada tengan que ver sus peripecias, me hicieron pensar en la Justine del Marqués de Sade. Esta asociación ya de por sí me resultó disparatada y acabó marchándose como había venido, por la superficie. Los caminos del Señor… volví a pensar. Seguí avanzando en mi lectura del cuento y cuando estaba ya a punto de perder todo interés, Félicité dijo unas palabras que me sacaron del estado catatónico en el que estaba cayendo. La sirvienta estaba en una iglesia cuando, casi como una revelación, detuvo su pensamiento en algo; pensó que las representaciones del Espíritu Santo eran ciertamente extrañas, ambiguas y del todo incomprensibles, cargadas de misterio y lejanía. (Primer pensamiento puramente propio y original de nuestro personaje, pensamos con gozo). Pero la criada no tarda en abandonar esta idea y por un momento creímos (mal hecho) que Flaubert haría lo propio. El caso es que al tiempo, tras haber sufrido Félicité la muerte de sus seres más queridos, haberse dado cuenta de la calaña de su hermana, de las miserias de su vida y de tantas otras cosas, algo sucede. A su señora le regalan un loro y este acaba en sus manos.

El loro ejerce sobre ella un poder mágico. Complicidad, misterio, una fuerza oculta, un secreto que solo ella comprende… el loro acaba convirtiéndose en un objeto de culto de la talla de la representación del Espíritu Santo que Félicité tiene en su buhardilla. A partir de aquí la historia se precipita: Félicité está cada vez más sorda y más enferma, oye voces y solo es capaz de comunicarse con el loro. El loro muere. Félicité lo hace disecar y lo coloca en su pequeño altar particular. Muere la señora. Félicité está cada vez más enferma. Cada vez más voces. Su último deseo es procesionar al loro durante las fiestas del pueblo…

El final es propio del mismísimo Eugène Ionesco. He aquí la respuesta a la pregunta con la que abríamos la entrada de este doble domingo. ¡Ah!, el bueno de Flaubert… ¿qué hubiera pasado si el Flaubert de Un corazón simple hubiera leído a Beckett, Ionesco, Genet o Adamov…?

No lo sabemos, pero lo que es seguro es que hubiera sido un verdadero festival.

1 nov 2009

Equilibrista

Es difícil,
claro,
amor, cobijo, certidumbre...
O un racimo de palabras
para ponerle nombre
a lo indecible.

Y sin embargo,
con que escabrosa facilidad
te paseas por la cuerda floja
con la mirada puesta en el abismo.