31 jul 2009

En el camino, de Jack Kerouac


¿RESEÑA?

Quedamos tumbados de espaldas mirando el techo y preguntándonos qué se habría propuesto Dios al hacer un mundo tan triste.
Jack KEROUAC

Lo frenético. La locura de un optimismo irrefrenable, pero a la vez triste, tristísimo. Acaso es eso posible… Comerse el mundo, devorarlo, para luego morir de asco ante lo cotidiano. ¿Dónde? ¿Cuándo? Quizá no sea posible contemplar las montañas rocosas, pero tal vez estar frente a ellas dos días seguidos nos conduzca al hartazgo. Decir que uno prefiere dormir y no sentir el viento frío de la mañana es como afirmar que el sexo o las drogas son un mero entretenimiento. La aventura quizá no consista en hacer lo que se espera, sino en esperar lo imposible y disfrutar del camino. La carretera lo es todo. El paisaje también. Y, por supuesto, el instinto necesario que nos ayuda a liquidar cualquier intento, por mínimo que sea, de caer en la autoayuda o el orientalismo. Somos hijos de nuestro tiempo, aunque a veces nos sintamos como nonatos. Saber que hoy es más necesaria que nunca una revolución valiente que, a pesar de todo, acabe por superar de una vez por todas la mística conformista de la responsabilidad personal y demás miserias ciudadanistas. Esos tipos locos de En el camino parecen partirse la crisma con el muro de una realidad que parece no respetar sus ansias de plenitud, de unicidad. Es como una angustia ridícula y a la vez inevitable que nos trastoca la mente. Planes que se vienen abajo. Como esas veces en las que, sin saberlo, un fogonazo clarividente te rebaja la borrachera y te recuerda que estás preso, que todo es finito, que el absurdo está ahí, inconmovible, y que estamos solos, tan solos que no podemos sino gritar en el vacío, como lobos desesperados. Este es el sujeto: lobos. Ese el complemento: desesperados. Y aquel el verbo: aullar. Quizá algo falle, pero no será hoy, no será hoy.

-De Cuento y aparte, Juan Cruz López -NG- (en prensa)

29 jul 2009

La experiencia religiosa de Philip K. Dick




Os dejamos con un cómic sobre la biografía de uno de los autores que admiramos en la city, Philip K. Dick. Cómo sabréis la mayoría, este autor, de amplísima obra, es uno de los mejores escritores de ciencia ficción norteamericanos, si no el mejor. Fue autor, entre otros, de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, El hombre en el castillo o La penúltima verdad. Fantástico escritor de cuentos también. A falta de etiqueta, lo dejamos en Texturas (a no ser que Bram se cuele por medio y nos cree una en cero coma). Feliz lectura.

28 jul 2009

No estoy hablando de Maldoror


Esta noche pienso en el mal, en lo mucho que me gustaría tener una edición antigua en versión original y, a ser posible, con anotaciones ajenas en los márgenes de Los cantos de Maldoror. Esto me lleva a recordar aquella edición prestada en la que leí hace años La condesa sangrienta de Alejandra Pizarnik.


Hay un silencio mental, algo como un espacio.


Pienso en el camaleón que es la tortura. La corbata colombiana es una de sus caras, esa tortura final, silente, a las que los narcos y paramilitares colombianos someten a los delatores; el miedo en el silencio. Pienso en el modo en que la lengua asoma por el cuello rajado, como una macabra y sórdida corbata. Todas las formas de tortura.


Pienso en el mal y sé que no es un concepto plano. Esta noche tardaré en conciliar el sueño. Pienso que antes pensaba en la idea de crimen que manejaban los escritores franceses del XIX, aunque Lautréamont no era exactamente francés de nacimiento, claro, pero el planteamiento de sus cantos sí. Pienso en que antes de empezar este post reflexionaba a propósito del crimen en los cuentos de Barbey d’Aurevilly y Villiers de l’Isle-Adam y en que d’Aurevilly y de l’Isle-Adam me resultaban entonces de un naif insoportable comparados con Isidore Ducasse, ahora completamente inofensivo.


La violencia sexual como arma de terror; un lugar similar a Darfour que no es Darfour, lo poco que últimamente hemos oído hablar de las mujeres de los campamentos de refugiados sudaneses instalados en el Chad y de tantas otras cosas.


Había pensado hablar de literatura, (¿esto qué coño significa?), de Maldoror y de la gratuidad del mal, del placer en el mal.


La realidad supera a la literatura en demasiadas ocasiones.



26 jul 2009

Embriagaos, un pequeño poema en prosa del bueno de Charles


EMBRIAGAOS

Hay que estar siempre borracho. Todo radica ahí: es la única cuestión. Para no sentir el horrible fardo del Tiempo, que destroza vuestras espaldas y os inclina hacia el suelo, es preciso emborracharse sin tregua.
¿Y de qué? De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo, pero emborrachaos.
Y si alguna vez os despertáis en la escalinata de un palacio, en la verde hierba de un foso, en la mustia soledad de vuestro cuarto, habiendo disminuido o desaparecido la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro al reloj, a todo lo que huye, gime, rueda, canta y habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el reloj os responderán: "¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos martirizados por el Tiempo, emborrachaos, emborrachaos constantemente! De vino, de poesía o de virtud, a vuestro antojo".


Pequeños poemas en prosa. Los paraísos artificiales, Ediciones Cátedra. Traducción de José Antonio Millán Alba.

25 jul 2009

La Colección Errante 18/100


El mundo es un gran útero,

según los psicocríticos,

pero yo digo

que el mundo,

en ocasiones,

es un gran saco de mierda,

y también digo,

a diferencia de Mauron,

que Baudelaire

no fue un poeta uterino,

su proyecto fue mucho más amplio:

asfaltar el camino de la poesía,

empedrarlo que diría Bolaño,

como también diría

que Rimbaud y Lautréamont

son los dos grandes poetas adolescentes,

algo que compartimos.


¡La psicocrítica sí que es

un gran saco de mierda!


Un poema de Lotario y Bramina, onubenses de postín.



Nota a la edición de la Colección Errante 18/100:

Estábamos en un buen lugar para este tipo de increpaciones poco ortodoxas contra los psicocríticos franceses. Bebíamos café. A ambos nos pareció que Charles Mauron, autor de un ensayo sobre Baudelaire en clave psicocrítica (Le dernier Baudelaire) era un auténtico cretino. El mundo es un gran útero / según los psicocríticos, dijo la mano X del antipoema, pero yo digo/que el mundo/en ocasiones/es un gran saco de mierda, respondieron raudos los dedos de la mano Y. El poema que leen es una composición a cuatro manos para un saxo tenor desesperado y harto de pamplinas. La Colección Errante es el arte de la improvisación poética. Lo demás vino solo, entre un café no demasiado bueno (bastante malo, por cierto) y las risas sordas y desparramadas junto a las colillas de los cigarrillos que X iba apagando cívicamente en el cenicero, mientras que Y apuraba el último trago de un café, ahora sí, ciertamente execrable. El que leen es el número 18 de los 100 poemas que integrarán la Colección Errante, un proyecto poético irreconciliable con la compilación o la necesidad de agarre, poesía en la calle, poesía a toda costa, poesía sobre la tapa de un sucio retrete público, poesía en la tapa de los sesos, poesía tatuada en el pubis de una mujer amable, poesía, a fin de cuentas, viva.


The Smiths - Wonderful woman

No sé cuando fue la primera vez que escuché este tema. Creo que fue en un programa de Radio 3, hace miles de años, y que lo gravé a medias, en una cinta de casete marca la pava. También recuerdo que se escuchaba mal, muy mal. Wonderful woman es un tema bastante difícil de encontrar. No voy a mirar la wikipedia, pero casi con toda seguridad os puedo decir que no viene en ningún disco, ni siquiera en los recopilatorios. Creo que se vendió como single, pero no sé mucho más. ¿El título? La letra se las trae... En este concierto, bueno, en este tema, se ve que el bueno de Morrisey se contuvo un poco (ni se tiró por el suelo ni se metió un ramo de rosas por detrás del pantalón). Esta versión en directo me gusta incluso más que el tema original. Primer vídeo en la ciudad.

23 jul 2009

La habitación vacía

La habitación vacía y sola con reductos salpicados
de recuerdos hechos ya polvo que habitan los colchones grises,
mustios, informes, arropados por el manto del desprecio.
Sin almohadas ya huérfanas, los besos profanados.
La cama tan vacía como siempre.
Yo pienso sentado sobre mi papel en blanco.
Asomado al precipicio de la derrota he abierto la boca…
el viento ha recordado tu nombre.


Ángel Rodríguez López

22 jul 2009

2009, un poema de Basak Ytac


Como una fotografía no deseada

comenzó a arder

mi vida

por uno de sus bordes.


En un principio

fue

una llama azul-verdosa,

tranquila,

humilde,

con el reparo de un desahuciador.


Sin embargo,

debería haberlo sabido:

el fuego siempre tiene hambre.


No pude encontrar agua.

Me asusté.

Dejé caer mi vida entre mis manos.


Ahora arde

hambrientamente,

vertiginosa oscila

entre la piromanía y mi infancia.


Nadie oye mis pisadas.


Ya ha mucho que el mundo baila

la danza del fuego.

Cuando estéis cansados y tengáis sosiego

envolved mis cenizas

en papel del periódico

que trae buenas noticias

y arrojadlo al mar.


La arena y yo

conversaremos.


Vosotros,

arded en vuestra pena.



Tradiccionado del turco por la propia autora, en colaboración con el Equipo de Tradicción de la ciudad infierno, un grupo de políglotas locos que, si bien son diestros en el arte de la reformulación, todo sea dicho, poco o nada saben de turco.





20 jul 2009

Rabiosa antirreseña

Smiling Spider, Odilon Redon


Esta tarde vuelta y media, el sabor de la obligación autoimpuesta. Imposibilidad de autorrescate. Sobre la mesa un ensayo múltiple: Poésie et profondeur de Jean-Pierre Richard.

El caso es que si el día estaba denso, se me hace plúmbeo ahora que leo como Rimbaud se debate en el poema por encontrar una armonía vedada que solo aparece allá donde el lenguaje, y ni siquiera. Todos sabemos que al final el lenguaje también tienes sus fallas,

¿dónde estará Rimbaud?

Me cruza la cabeza, me la surca, más bien, como un arado el campo, una palabra fea e insidiosa: abandono, algo cercano a la renuncia. Alguien susurra desde el fondo de un libro: en la simbología baudelairiana la lucha se hace fuerte en la palabra.

La lucha no dejará de ser aquella gran palabra entre el mundo y yo, lenguaje en liza entre lo que creo como mundo, lo que quiero llamar mundo, y el modo en que me pienso desde esta necia limitación de huesos y epidermis, este lugar inhóspito del yo, este paisaje de zumbidos como campos de Rimbaud o de ciudad y neón de ese otro francés también dignísimo.

El caso es que esta prosa me está densificando, beber sopa de pollo en pleno mes de agosto sería más ligero.

El paso de la euforia de la ascensión a la catástrofe del hundimiento es una línea frágil que nada tiene que ver con los estados ciclotímicos, me refiero más bien a una confusión cerebral.

Ahora soy solo una cabeza sobrevolando un libro.

Una imagen: una boca entreabierta de dientes afilados pasando veloces las páginas del rumor de esa lengua de la felicidad, una cabeza sin cuerpo posada sobre una mesa, una imagen de cabeza que no me pertenece, ¡benditas intertextualidades!

¿Dónde quedó mi corazón de sábana y almohada? ¿dónde el metal filoso, la altura del albatros abatido?

Hablé de una cabeza huérfana, ahora que la araña está recién comida, supongo que eso excluye el corazón.

Se lo comió la araña, gritan cantando los niños desde el corro y sus patatas, Se lo comió la araña…

Le aproveche a la araña (tenga una buena indigestión).

El caso es que Jean-Pierre Richard habla sobre Nerval y Baudelaire y Verlaine y Rimbaud, que su análisis de la simbología de estos cuatro poetas bien merece una ojeada y que esto nunca podrá ser sino una antirreseña, una reseña a propósito de una araña que acabó devorando un corazón. Que le aproveche a la araña tanto amor.




19 jul 2009

Todas las puertas abiertas, de Pedro del Pozo


Cuando uno vive junto al fuego
tiene que estar atento a cada detalle
porque cualquier mínimo despiste supone un callejón sin salida.
Cuando uno vive junto al fuego
y juega desde chico a ser mejor que nadie
los tropiezos son batallas a vida o muerte en lo profundo del cerebro
y hasta los gestos bienintencionados
corren el riesgo de convertirse en puñales.
Cuando uno desde siempre ha vivido en el mundo del fuego
a veces tiene ganas de quedar a oscuras y lejos de todo
y ser como la velita que brilla en lo más hondo de la cueva.

17 jul 2009

El ciclo de los ferrocarriles, un poema de Curro Cobo de Guzmán


Foto del blog Estación Esperanza


I


por entonces en aquellos andurriales se secaba el manantial de mi deseo


intenté cambiar mi sombra por un beso pero nadie comprendía que el futuro

era una enorme cucaracha devorando una montaña de café petrificado


de manera que perdí hasta la memoria y me arrastre por el andén de pasajeros


malgastando el desenfreno que cobré como adelanto


por los días venideros


II


por aquellos andurriales tropecé con tu desierto corazón deshilachado


y al mirarte me salvé de sucumbir a la estampida


al principio tú fingías

te escuché decir ‘adiós’ y en la distancia

se accionaron los sistemas de frenado

de mi indómito vagón desenfrenado


nada más descarrilar prendió un rumor de balacera en tu mirada


descubrí que aquel ‘adiós’ era el camino equivocado


la llamada que hacía tiempo que esperaba


no se cómo me colgué de tu promesa de marea arrepentida


por aquellos andurriales se aplacó mi desaliento de huracán desordenado


III


cada vez que me entregaba al desenfreno imaginaba que las horas

eran pájaros enfermos consumiendo su impaciencia

como jóvenes amantes asustados


otras veces parecía que mi deseo era un catálogo de pasos postergados


un vagón que atravesaba tu estación abandonada

derramando el corazón por la ventana


una noche de tormenta me alcanzó la balacera

y mi descarga sacudió tu balanceo de cansino rompeolas


no esperabas que la vida te sacara de paseo

y al sentir que el torbellino te vestía con caricias invisibles

no quisiste regresar a tu espesor de encrucijada


te agarraste fuerte a mí y en el umbral de tu mirada

un precipicio de saliva confundió nuestros recuerdos


IV


bajo el cálido aguacero me entregaste tu sonrisa pervertida


y en aquellos andurriales tan mojados


nos bebimos como pájaros enfermos


nos comimos como jóvenes amantes asustados


no podía imaginar que tu reflujo de marea arrepentida

se llevaba poco a poco el desenfreno


que cobré como adelanto


por los días venideros



cuando aquello se acabó ya no quisiste saber más

de aquel vagón que tropezó con tu desierto corazón

de mariposa con la lengua retorcida


tu mirada se escapaba del motín de mis palabras


y al final me abandonaste

como un sucio vertedero

terminal de madrugadas


V


desde entonces tu recuerdo me desata los zapatos


he enterrado mi pistola por aquellos andurriales

y ya no puedo disparar mis intenciones


ni siquiera regalarte una sonrisa de bolero decadente


desbordado como un río que ha bebido demasiado


me preguntó cómo haré para olvidar

aquel rumor de balacera en tu mirada.


16 jul 2009

En el café Gijón, de Mercedes de la Casa

Con el mismo color del mármol en la cara, tragaban el aire y decían esperar a otros cuerpos que como ellos palpitaban.

Ni una gota de café que lamer, el desamor rompía sus almas. No quedaba ninguna mesa libre. La enorme paciencia de camareros y clientes en la barra a la espera de poder sentarse proyectaba su destrucción virtual.

Ni esperaban a nadie ni iban a tomarse ese café que nunca pidieron, tres horas más tarde y ante la crispación de unos y otros, se dignaron por fin a abandonar el local. Una zanja encubierta de la conducción de gas ciudad a la puerta de la calle los tragó sin aviso, zaassss!

Ni siquiera los seres huecos evitan su destino, justo antes de salir dos ráfagas de viento se colaron en el café Gijón y borraron las huellas de su aliento.

15 jul 2009

Sol de iniverno, un poema de Alfonso J. Molino

SOL DE INVIERNO
Vino como el viento del crepúsculo,
con esa brisa amable y reconfortante
que te abraza y susurra al mismo tiempo,
con ese olor a almizcle y tierra mojada.
Vino para quedarse
en esta hermosa estancia de miel y leche
que creamos a partir de semillas inertes,
de ilusiones perdidas y finalmente recobradas.
Ya no amanecerán vacíos nuestros cuerpos
con esa sensación de hastío y derrota,
de fracaso a la piel adosado, de llanto seco
por el dolor que de los vientres brota.
Será como ese Sol de invierno
que te arranca el frío atenazante,
que te protege de esa escarcha
que deja dormidos a los árboles.
Fotografía de Jesús Bermejo Duarte

14 jul 2009

La mujer sin memoria y otros relatos, de Silvia Sánchez Rog

Se acerca. Besa aquello que le produce tanto placer.
No sabe si es la primera vez que están juntos. No quiere hacerle preguntas porque no le apetece sentirse una inválida. A él se le nota perfectamente que sí tiene memoria, se le ve muy seguro de sí, de sus actos, como sabiendo dónde está y con quién en todo momento, como quien tiene un pasado ya hecho y un futuro por lo menos medio planeado. Ella ni siquiera cuenta con el dato de si le ha conocido esa misma noche o llevan juntos, por ejemplo, diez años.
De repente le mira con esa mirada poderosa que siempre tiene la mujer sin memoria.
Ella mira así, tan intenso, casi con urgencia, porque necesita aferrarse a algo con los ojos, a cualquier cosa, para no sentir ese desapego a todo que tan a menudo la ahoga.
De nuevo baja la cabeza, la deja reposar sobre el pecho del hombre.
Durante un momento, descansa.
No hace falta decir que ella solo llega a descansar a ratos, instantes sueltos. Lo otro, la desazón, es una constante.
A menudo controla sus impulsos (conoce su defecto y le gusta disimularlo). Con frecuencia esto la lleva al agotamiento. el agotamiento le produce sueño y cuando despierta ya no recuerda nada.

13 jul 2009

La esfinge, segunda entrega de Las hijas de Lilith


La esfinge


La historia que me dispongo hoy a contar propone un enigma tan antiguo como la noche de los tiempos. Por aquel entonces yo contaba dieciocho primaveras. Pero claro, de esto hace ya más de dos mil años…


Yo era un muchacho inquieto, me gustaba correr por las calles asustando al ganado, desafiar a los muchachos de la calle alta y nadar en las heladas aguas del río que bordeaba mi ciudad natal. Les hablo de libertad y juventud, de belleza, de la fuerza del que tiene la vida por delante, pero también de las ganas de comerse el mundo, de la felicidad.


Algo pasó, su recuerdo marcó para siempre lo que vino después. Caía una tarde calurosa de verano, estaba solo en el río, absorto en la observación del fluir del rumor de las aguas. Había algo de filosófico en todo esto, la fascinación de los amantes, el devenir y el cambio, Heráclito.


Nunca supe cuánto tiempo hacía que ella paseaba junto al río, tal vez acabase de llegar, tal vez llevase allí toda la vida. Fui consciente de su presencia por los reflejos de su túnica blanca. Lo que vi: una esbelta silueta de mujer, unos cabellos negros como la noche, un perfil que podría ser egipcio, el caminar altivo de un león. Detuve mi observación. La manera de moverse de la muchacha me produjo un profundo escalofrío. Decidí acercarme. Descubrí con horror como se perfilaba en su gesto una animalidad que me puso la carne de gallina.


«Una mujer devorará tu mente antes de morir». Recordé las palabras susurradas por mi abuelo en su lecho de muerte. Hacía años que el abuelo había perdido la cabeza. Al parecer desapareció junto al río una noche de agosto y cuando regresó, al cabo de más de veinte años, apenas si lo reconocieron. Lo que había: un hombre triste, terriblemente hostil y tan desconfiado como un faraón. Sus últimas palabras hablaban de un enigma.


-Hay dos hermanas una de las cuales engendra a la otra, y esta a su vez engendra a la primera.


Estas fueron las palabras que me dirigió pausada la muchacha mientras me inyectaba en los ojos el afilado jaspe de su mirada. Sentí como caía sobre mí el instinto de las fieras. De sus homóplatos sobresalían unas protuberancias puntiagudas. Entonces lo vi claro: el enigma, la mujer, la terrible locura de mi abuelo, la desconfianza que nos perseguiría durante toda nuestra vida. No lo pensé dos veces. Con el instinto de una fiera, me abalancé sobre ella sin mediar palabra. Sus ojos crujieron de placer entre mis dientes.


Les ahorraré los detalles del hambriento erotismo que sentí al masticar su corazón, su sexo. Las consecuencias de este acto fueron incalculables. Ya más de dos mil años con la mala conciencia del crimen a mis espaldas. Ya más de dos mil años en los márgenes del río de donde nunca volví.



12 jul 2009

Cómo el ladrón de nísperos venció su gula (cosas de poca importancia)

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,[...]
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

¡Que lástima! León Felipe

Ahora cuento, para diversión
de los bien resguardados, vuestras vidas,
como cosa de broma. Vosotros sí sabéis
lo que la broma significa.

“Del pan nuestro y la sal de cada día....” Rudyard Kipling

A José Javier, Juan y Paz (LiteraDura)

De niño trabajé de porquero con mi abuelo. Ya no veía bien y, desde pequeño, me mandaron con él, para ayudarle, para que me enseñara el oficio que debía aprender, que me acompañaría el resto de mi vida, y que, algún día, yo enseñaría. Sí, desde niño tuve claro que toda mi vida sería porquero.

El primer día me explicó en que consistía el trabajo: en aprender a leer, a escribir y a cuidar la piara con tiro de piedra certero. A él le enseñó su padre, no pudo enseñar a su hijo pues murió en el desierto, en la guerra, la de África, que me dejó a mi huérfano.

Pasó mi infancia, corrió el tiempo (si un porquero tiene un tesoro, éste es el tiempo) junto a mi abuelo, bajo una encina grande, cuidando ganado puerco, leyéndole sus libros porque él ya se había quedado ciego. Así aprendí a leer, aprendí a escribir y a tener un tiro certero.

Todos los días, a la tarde, llevábamos al señor sus cerdos y, de vuelta a nuestra casa, nos bañábamos en el río bajo el fresco de unas zarzas. Yo recogía los pajarillos que habían caído en los cepos y siempre de regreso, en la linde de una albarrada, había un gran níspero, yo cogía unos cuantos que comía con mi abuelo a la sombra de la parra, en la puerta de mi casa, por la que un día apareció un camión que, como a mi padre, me llevó a la batalla.

De la guerra yo no hablo, no hablo de cosas macabras, que la guerra es miseria, piojos, hambre, miedo y matanzas. Si te vienen entonando epopeyas de algún héroe de la patria, no les creas, que te quieren de carnaza para parca. Acabó la guerra, volví a casa, por lo hondo de la cañada, y allí no estaba mi abuelo, ni en la encina con la piara. Ya no hay piara, soy obrero, ahora yo construyo casas, las mismas que destruyó un día el fragor de la batalla. Ahora todas las tardes cuando acabo la jornada, subo a lo alto de la cañada y, a la sombra de una encina, leo y escribo cosas de poca importancia.

Un día, a la vuelta de la encina, donde ya no había piara, decidí coger unos nísperos como hacía desde mi infancia y bañarme en el río bajo el fresco de una zarza. Cogiendo el agridulce fruto mi dicha quedo quebrada por la llamada de atención de una voz engolada, la del señorito en su caballo que me dijo “¡Eso es fruta robada, que el níspero es mío, que está en mi linde, la albarrada!”.

Solté los nísperos en el mismo tronco y fui vereda abajo en silencio “me cago en tu puta sangre” pensaba, mientras él me miraba con soberbia, la soberbia del que mira desde lo alto de una muralla.

Pos supuesto seguí cogiendo de esa fruta, ya vedada, seguí leyendo libros bajo el fresco de mi parra y escribiendo en la misma encina, donde mi abuelo me ilustraba, cosas... cosas de poca importancia; como la que pasó hoy: paseando por el pórtico de la plaza de Deán Mazas, de mi talega saqué un níspero (era fruta robada), era gordo y carnoso, sólo mirarlo saciaba. Sentado en un escalón, justo cuando la pelaba, cuando mi gula deseosa hacía que mi boca segregara la misma saliva que una bestia parda, vi a aquel señorito del caballo sentado a la sombra de una terraza. Movía una copa de brandy como el dios que mueve el mundo a su antojo desde su atalaya. Miraba el color del licor, a través de su monóculo de plata, con la mirada del que entiende, del que no le dan gato por liebre pensando “Yo no soy tonto, si éste me ha traído coñac del malo por supuesto que se la monto” Con éste se refiere a Juanjo, el camarero de la terraza, un muchacho bastante simpático, que según tengo entendido es gaditano. Algo pasó por mi cuerpo, algo que seguro era insano, me levanté del escalón y aquella ambrosía, ya pelada, apreté con mi mano y mi corazón gritó desde muy dentro: ¡Para Roma lo de los romanos! Y vaya si tuve un tiro certero, di justo en el clavo, en el centro de su calva, el monóculo salió disparado y cayó dentro de la copa de lo que seguramente era coñá del malo.

Yo, que había pecado, lanzando la piedra y escondiendo la mano, no pude reprimir una gran carcajada que puso cara al anonimato del que se atrevió a cometer tan ruin atentado. Empezó a gritar: ¡Al ladrón!, ¡al ladrón! Supongo que gritaba eso por su orgullo tocado, porque yo otra cosa no había robado. Salí corriendo cuando oí el silbato de los guardias. Esto quizás salga mañana en el diario, porque el señorito del caballo trabaja en un diario, y en su columna denuncie que en la calle está creciendo un caos imperante, aunque ahora que lo pienso, seguramente no, él es un profesional y sólo habla de cosas importantes. Yo ahora leo a la sombra de mi parra estas letras que escribí en lo alto de la cañada, en aquella vieja encina, donde había una piara, la que mi abuelo con una piedra me enseñó a que no se descarriara. Hace un rato me bañé bajo el fresco de la zarza y ahora voy a cenar un litro de vino, alcaparras, pajarillos, ensalada y de postre, pues ya sabes, de postre fruta robada.

Curro Jiménez Melero -NG-

10 jul 2009

Girar, un poema de Yolanda Ortiz


Noches más tenebrosas que las tinieblas y cada uno de los días más gris que el día anterior. Como el primer síntoma de un glaucoma frío empañando el mundo.

(Cormac McCarthy, La Carretera)


Bajo los dedos de sus pies: el vacío.

Frenó el impulso de su corazón

a tiempo

para no caer.

Sintió la angustia de no poder avanzar.

Miró la nada y decidió

darse la vuelta. Tras su espalda lo esperaba

el mundo que había devastado:

ríos de plomo,

ceniza sobre el asfalto / debajo: tierra asfixiada, incapaz de raíces,

el recuerdo de los árboles.


El hombre se dio cuenta entonces

que sólo podía

girar

sobre su propio eje.


9 jul 2009

La conquista del aire, de Belén Gopegui

Belén Gopegui no es una escritora apolítica. Desde hace mucho tiempo esta joven narradora madrileña mantiene una posición crítica en el panorama narrativo del Estado. Es precisamente desde ese ejercicio de escritura comprometida desde donde parte el pequeño prólogo que el libro lleva en la edición de Anagrama (2007). En ese prólogo se dicen cosas como las siguientes: “El interés del narrador de La conquista del aire pudiera ser mostrar algunos mecanismos que empañan la hipotética libertad del sujeto. Para ello ha elegido una historia de dinero”, o “esta novela plantea la posibilidad de que el dinero anide hoy en la conciencia moral del sujeto”.

En fin, metidos en el ajo, diremos que la novela es un recorrido por el derrumbe de la juventud de tres viejos amigos, antiguos militantes de un ateneo marxista-libertario, unidos ahora por un nuevo vínculo que les hace darse de bruces con el muro de las contradicciones: un préstamo de ocho millones que dos de ellos harán al tercero para que éste saque su empresa de componentes de informática a flote.

Una historia interesante, sentimentalmente potente, donde asistimos a lo que los tres personajes de la novela sienten como su particular proceso de aburguesamiento; un proceso donde los principios son arrancados del terreno de la praxis política cotidiana y empiezan a quemar en la conciencia, como mandamientos religiosos que fueran traicionados con cada concesión hecha al confort o la apatía. Una novela sobre la decepción.