»Así mataba la Peste Escarlata. Cogí la maleta y huí. El aspecto de las calles era aterrador. Por todas partes se tropezaba con apestados; algunos no habían muerto todavía. Y mientras iba avanzando, veía caer a los hombres presa de la muerte. En Berkeley ardían numerosas hogueras, en tanto que Oakland y San Francisco parecía que hubiesen desaparecido en medio de bastos incendios. El humo llenaba de tal modo el firmamento, que el mediodía era como un crepúsculo triste, y en los cambios de viento, el sol, brillando a través de aquella penumbra, aparecía como un disco de un rojo sombrío. En verdad, hijos míos, que aquello parecía el fin del mundo.
Jack London,
La peste escarlata (Akal. Madrid: 1985).
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