La noche está siendo muy húmeda, fría. No hay nadie a la vista en toda la avenida. Una niebla ligera y la luz tenue de las farolas de gas ayudan a crear ese ambiente de intriga y fantasmas tan habitual el Londres en 1861. Estamos en diciembre, a veintisiete. La ciudad duerme.
De pronto, al final de la calle aparece una figura enorme que proyecta una sombra aún más grande sobre la acera brillante por la humedad. Es Mijail Bakunin. Se ha evadido hace poco de la soledad y el frío glacial de Siberia, donde el zar le había exiliado a perpetuidad tras dos condenas a muerte y un periplo de ocho años por las cárceles de Austria y Rusia. El escorbuto se llevó sus dientes y ha engordado mucho. Puede pesar ciento treinta kilos. Tal vez más. Y ese volumen de carne, junto al petate de marinero, las botas gastadas de tanto andar y la melena y las barbas enmarañadas, le dan cierto aire de pedigüeño o de gigante bohemio. Sólo los ojos, la mirada traviesa del niño que no ha sabido crecer, recuerdan al que era de antes. Eso en cuanto a lo físico, claro. Porque por dentro le ha sucedido lo mismo que a los mamuts en el hielo. Por dentro está intacto. No han podido con él los años terribles de reclusión ni los grilletes que le mantuvieron encadenado a una pared durante seis meses. Sigue siendo el mismo provocador, la misma furia, el conspirador insaciable, el soñador de imposibles. Hasta él llegó a creer que el aislamiento le mataría. "El hombre sólo es hombre en sociedad", había dicho en más de una ocasión. Pero ha conseguido seguir siendo hombre sin nadie a su alrededor. Y ahora vuelve a la carga.
- Un huracán de Rusia es el primer capítulo de Las aventuras de Bakunin y los internacionalistas de la Región Española, de César Galiano Royo (Fundación Anselmo Lorenzo. Madrid: 2011); este fragmento abre ese capítulo. La obra es realmente entretenida y muy recomendable. Se puede conseguir aquí.
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