5 oct 2013

El tordo



Lo habían atrapado en una red
untada de materia muy viscosa.
Desde el amanecer hasta la noche
intentó desprenderse.
Desde el amanecer hasta la noche
quiso extender las alas
y volar hacia el mar o las colinas.

Cuando lo vi, miraba exhausto
la luz agónica:
su propia luz,
su propio corazón,
su propia vida.

Quizá había volado desde Rusia
o más lejos aún.
Llevaba, sin saberlo, en su cuerpo agotado
las estepas sin fin,
las sombras movedizas de las nubes,
el frío amanecer en un estanque,
las estrellas, el sol, y las cien lunas
del otoño y la siega,
y el viento fatigado y el viento rabioso
(y a los dos los había derrotado).

Tenaz, muy orgulloso,
lo intentó una vez más,
aunque nunca llegó a extender las alas.

Así murió. Y así quiero morir.

Eduardo Jordá

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