29 sept 2013

Nuestra primera casa en Sacramento


Ahora lo veo con más claridad -incluso por entonces
los días tenían fecha. Tras la primera semana
en la casa que habíamos amueblado
con lo que les sobraba a otros, apareció una noche
un hombre con un bate de béisbol. Y lo alzó.
Pero yo no era el hombre que el creía.
Al final, logré convencerle.
Lloró de frustración cuando dejó
de sentir ira. Nada de aquello tenía que ver
con la beatlemanía. A la semana siguiente, los amigos
del bar en el que todos nos emborrachábamos
trajeron a casa a otros amigos suyos
y jugamos al póker. Le hice perder el dinero de la compra
a un desconocido. Se puso a discutir con su mujer. Lleno de frustración,
atravesó de un puñetazo la pared de la cocina.
Luego, también él desapareció de mi vida para siempre.
Cuando dejamos aquella casa en la que nada iba bien,
nos fuimos a medionoche
con un camión de alquiler y una linterna.

Quién sabe lo que se les pasaría por la cabeza a los vecinos
al ver a una familia trasladarse
en mitad de la noche.
La linterna moviéndose tras las ventanas
sin cortinas. Sombras deslizándose de habitación en habitación,
metiendo sus cosas en cajas.
He visto de primera mano
lo que puede hacerle a un hombre la frustración.
Puede hacerle llorar, romper una pared
de un puñetazo. Puede llevarle a soñar
con una casa que sea suya
al final de una larga carretera. Una casa
llena de música, calma, generosidad.
Una casa en la que aún no vive nadie.

Raymond Carver
(traducido por Jaime Priede)

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