Ahora que ya no se lleva. Ahora que los que escribían reseñas y artículos poniéndole por las nubes le ignoran, o peor, escriben justo lo contrario que antes (porque es lo que toca). Ahora que empiezan a parlotear los que callaban cuando los cuatro pintamonas del Babelia dictaban sentencia. Ahora, en definitiva, que se acaban las mudanzas y necesito recordarme quién y cómo, abro un libro, el primero que encuentro de él, y me encuentro con esto. ¿Literatura y supervivencia? Pero qué demonios... Es mucho, pero que mucho más que eso.
El que leeréis a continuación es un fragmento de Prosa del otoño en Gerona, de Roberto Bolaño, el libro del que os he hablado.
La situación real: estaba solo en mi casa, tenía ventiocho años, acababa de regresar después de pasar el verano fuera de la provincia, trabajando, y las habitaciones estaban llenas de telarañas. Ya no tenía trabajo y el dinero, a cuentagotas, me alcanzaría para cuatro meses. Tampoco había esperanzas de encontrar otro trabajo. En la policía me habían renovado la permanencia por tres meses. No autorizado para trabajar en España. No sabía qué hacer. Era un otoño benigno.
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