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Vuelven a rugir las taladradoras en el barrio, las hormigoneras, los martillos que desmenuzan la piedra. Llevan años transformando las calles y las fachadas del centro histórico en un decorado para turistas. Es un bien para el futuro, dice el Ayuntamiento.
Pero los vecinos del día de hoy sufren la pesadilla del ruido y del polvo que levantan las máquinas. Además, no se protege la iniciativa de nadie, se cierran los bares y los locales, por arte de birlibirloque, pasan a ser propiedad de la instituciones: las cajas de ahorros, la Diputación, los que me dejo y el mismo gobierno se reparten, a sus anchas, el territorio.
Quieren que no haya nada tras las ventanas, que los vecinos desaparezcan o se hagan invisibles y, así, no puedan entorpecer el dulce paseo de los turistas.
Es curiosa la ciudad. No sabe respetar a sus habitantes.
- César Galiano Royo, El Exilio está aquí (Pepitas de Calabaza 2011).
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