Solitario con amores, hombre de ambigua fragilidad y de cara pegada a una ventana, hombre que colaboraba con su andar errante en la modificación del tránsito en los bulevares, Ribeyro sentía la tentación del fracaso, lo que le llevaba a una sensación continua de descontento y a una dura interrogación sobre si lo que estaba escribiendo tenía valor. Y al mismo tiempo a un furioso deseo de no realizar una obra maestra, por temor a que le condenara a no hacer nada más, algo que no podría haber soportado nunca, pues -tal como dice en su diario- sólo se sentía bien cuando escribía.
Náufrago de sí mismo, vivió en el temor a la obra perfecta mientras se preguntaba si tenía valor lo que escribía. Y de este contradictorio y artístico desasosiego es testigo el magistral diario que ahora se publica, un diario de fatigas de esa frágil y al mismo tiempo poderosa figura que fue Ribeyro, especialista en llegar sin avisar, como ha ocurrido ahora con la publicación de las páginas de su diario: escritor capaz de quedarse quieto y descarriado en la terraza de un café y al mismo tiempo moverse por los bulevares modificando el ritmo del mundo. Ribeyro, tímido y genial al mismo tiempo. Y, como él mismo decía, hombre descarriado por la soledad. Nada se aprende de la soledad, opinaba Brecht. Pero, ¿podría también decirse que nada se crea en el estudio del solitario? No hay duda de que la soledad creó el diario de Ribeyro. Una soledad, como el diario, muy grande. Y es que ella siempre tiene mucho sitio en su casa, es muy hospitalaria. Todos sabemos que la soledad no es sólo espiar al cartero.
- De Extrañas notas de laboratorio, Enrique Vila-Matas.
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