18 feb 2012

La peste, Camus



-No sé nada, Tarrou, le juro a usted que no sé nada. Cuando me metí en este oficio lo hice un poco abstractamente, en cierto modo, porque lo necesitaba, porque era una situación como otra cualquiera, una de esas que los jóvenes eligen. Acaso también porque era sumamente difícil para el hijo de un obrero, como yo. Y después he tenido que ver lo que es morir. ¿Sabe usted que hay gentes que se niegan a morir? ¿Ha oído usted gritar: "¡Jamás!" a una mujer en el momento de morir? Yo sí. Y me di cuenta en seguida de que no podría acostumbrarme a ello. Entonces yo era muy joven y me parecía que mi repugnacia alcanzaba el orden mismo del mundo. Luego, me he vuelto más modesto. Simplemente, no me acostumbo a ver morir. No sé más. Pero después de todo...

Rieux se calló y volvió a sentarse. Sentía que tenía la boca seca.

- ¿Después de todo? -dijo suavemente Tarrrou.

- Después de todo... -repitió el doctor y titubeó nuevamente mirando a Tarrou con atención-, ésta es una cosa que un hombre como usted puede comprender. ¿No es cierto, puesto que el orden del mundo está regido por la muerte, que acaso es mejor para Dios que no crea uno en Él y que luche con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde Él está callado?

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