La historiografía sobre la lectura parece dejar claro que la literatura oral no constituyó un simple estadio anterior a la aparición de la literatura escrita. Al menos en el mundo griego, escritura y oralidad ocupaban dos espacios distintos y pertinentes, relacionados con distintas y pertinentes funciones tanto en el terreno de la lírica como en el de la épica. En su origen, la escritura en cuanto inscripción se constituía en la voz de las cosas muertas, en tanto que la palabra oral era la propia de los hechos correspondientes a los seres animados, y su transcripción -su escritura- es producto de una lenta evolución, ligada a la aparición de la ciudad-estado, con su necesidad de fijar y establecer "señas de identidad" comunes. A este respecto no deja de ser clarificador que sea Pisístrato, el tirano ateniense, quien encargue la transcripción de los poemas homéricos. También parece probado que ello no supuso la desaparición de la declamación oral. Durante siglos -que abracan toda la Grecia clásica y la época de Roma-, la lectura del "texto" iba a realizarse en voz alta.
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