26 dic 2009

Bunker Hill 1940


Bunker Hill es un barrio viejo, un barrio perdido, un barrio mugriento, un barrio de sinvergüenzas. En otro tiempo, hace mucho, fue el barrio resiencial preferido de la ciudad, y todavía quedan en pie unas pocas mansinoes góticas que parecen recortables, con sus amplios porches y sus muros cubiertos de ripias con los extremos redondeados, y sus miradores que ocupan toda una esquina, con torretas en forma de huso. Ahora todas ellas son pensiones, el parqué de sus suelos está rayado y gastado hasta haber perdido el reluciente acabado que en otro tiempo tuvo, y las amplias escaleras están oscuras a causa del tiempo y del barniz barato aplicado sobre generaciones de suciedad. En sus habitacinoes de techo alto, patronas que parecen brujas parlotean con inquilinos evasivos. En los amplios y frescos porches, extendiendo las agrietadas suelas de los zapatos hacia el sol y mirando hacia la nada, se sientan los viejos con caras que parecen batallas perdidas.

En las viejas casonas y en sus alrededores hay restaurantes llenos de moscas, fruterías italianas, casas de apartamentos baratos y pequeñas confiterías en las que se pueden comprar cosas aún peores que sus confites. Y hay hoteles infestados de ratas en cuyos registros sólo firma gente que se llama Smith y Jones, y donde el conserje de noche es mitad perro guardián y mitad alcahuete.

De las casas de apartamentos salen mujeres que deberían ser jóvenes, pero que tienen la cara como la cerveza rancia; hombres con sombreros calados hasta muy abajo y ojos penetrantes que inspeccionan la calle ocultos tras la mano cóncava que protege la llama de una cerilla; intelectuales consumidos, con tos de tanto fumar y sin dinero en el banco; policías de la secreta, con caras de granito y ojos resueltos; cocainómanos y traficantes de cocaína; gente que no tiene pinta de nada en particular y lo sabe; y de vez en cuando, hasta hombres que van a trabajar. Pero éstos salen temprano, cuando las anchas y agrietadas aceras están vacías y todavía tienen rocío.

Raymond Chandler. La ventana alta (1942).

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Con esta entrada se inaugura un nuevo espacio creativo en nuestro blog postcolonial y transurbano. Una nueva etiqueta, "Ciudades en llamas", a través de la cual plasmar y recrear las fluidas relaciones entre la literatura y los espacios urbanos desde cualquier época o punto astral. De la aureola del París modernista en Baudelaire a los fantasmas del subdesarrollo en el San Petersburgo de Dostoievski, nuestra intención es convertir este espacio en un refugio nuclear de sensibilidades asfaltadas, en una exposición universal de boulevares, geometrías, multitudes, desencuentros, barricadas y extrarradios. Y que se jodan los turistas.
En ciudades en llamas tienen cabida texturas de autores clásicos o desconocidos trabajadas en ladrillo, piedra, uralita, cemento y cristal. Pero, sobre todo, necesitamos nuevas palabras capacen de confundir, desguazar, restaurar e inventar las ciudades del pasado, del futuro, de ninguna parte. Animaos. Un inmenso incendio está a punto de producirse.

Bunker Hill es un antiguo barrio residencial victoriano del centro de los Angeles, construido hacia la década de 1870. La descripción que nos regala Chandler refleja la realidad de este espacio urbano en el periodo inmediatamente anterior a la implementación del plan de limpieza, destrucción y reconstrucción (¿alguien dijo desarrollo?), iniciado en 1955 y que, por lo visto, no concluirá hasta 2015 (es decir, nunca). Actualmente, se trata de un barrio pijo y comercial del que no queremos saber nada más.

La ilustración forma parte de la colección de dibujos en lapiz y acuarela que el dibujante angelino de cuentos infantiles Leo Politi publicó en 1964 (Bunker Hill, Los Angeles. Leo Politi).

Ben Goraled (N.G.)

nueva gomorra dijo...

¡Qué gran etiqueta, Ben! Esto va a dar que hablar en los casinos de la ciudad, imagino a nuestros viejetes contando historias sobre Perth, Viandem o Libourne, pero también imagino las historias de los niños, las caras de los niños, sus miles de ciudades fantastasmas, los ojos de las mujeres, sus bocas ocupadas en la descripción antidetallista de la ciudad perdida, el ácura y su ciudad de adiós.
Bravísimo, Delarogne.

Ellen Macpherson -NG-

Anónimo dijo...

Ese último párrafo es fascinante