2 nov 2009

El loro de Flaubert y Monsieur Ionesco

¿Qué relación hay entre Monsieur Flaubert y el teatro del absurdo? Aparentemente no mucha. Sin embargo la hidra y sus cabezas son como los caminos del Señor… Ayer leía con cierto aburrimiento un cuento de Flaubert, Un corazón simple, la historia de la desgraciada sirvienta Félicité, un dechado de calamidades y desventuras que, en cierto modo, y aunque nada tengan que ver sus peripecias, me hicieron pensar en la Justine del Marqués de Sade. Esta asociación ya de por sí me resultó disparatada y acabó marchándose como había venido, por la superficie. Los caminos del Señor… volví a pensar. Seguí avanzando en mi lectura del cuento y cuando estaba ya a punto de perder todo interés, Félicité dijo unas palabras que me sacaron del estado catatónico en el que estaba cayendo. La sirvienta estaba en una iglesia cuando, casi como una revelación, detuvo su pensamiento en algo; pensó que las representaciones del Espíritu Santo eran ciertamente extrañas, ambiguas y del todo incomprensibles, cargadas de misterio y lejanía. (Primer pensamiento puramente propio y original de nuestro personaje, pensamos con gozo). Pero la criada no tarda en abandonar esta idea y por un momento creímos (mal hecho) que Flaubert haría lo propio. El caso es que al tiempo, tras haber sufrido Félicité la muerte de sus seres más queridos, haberse dado cuenta de la calaña de su hermana, de las miserias de su vida y de tantas otras cosas, algo sucede. A su señora le regalan un loro y este acaba en sus manos.

El loro ejerce sobre ella un poder mágico. Complicidad, misterio, una fuerza oculta, un secreto que solo ella comprende… el loro acaba convirtiéndose en un objeto de culto de la talla de la representación del Espíritu Santo que Félicité tiene en su buhardilla. A partir de aquí la historia se precipita: Félicité está cada vez más sorda y más enferma, oye voces y solo es capaz de comunicarse con el loro. El loro muere. Félicité lo hace disecar y lo coloca en su pequeño altar particular. Muere la señora. Félicité está cada vez más enferma. Cada vez más voces. Su último deseo es procesionar al loro durante las fiestas del pueblo…

El final es propio del mismísimo Eugène Ionesco. He aquí la respuesta a la pregunta con la que abríamos la entrada de este doble domingo. ¡Ah!, el bueno de Flaubert… ¿qué hubiera pasado si el Flaubert de Un corazón simple hubiera leído a Beckett, Ionesco, Genet o Adamov…?

No lo sabemos, pero lo que es seguro es que hubiera sido un verdadero festival.

2 comentarios:

nueva gomorra dijo...

"Un corazón simple" también es un cuento que denuncia las grandes diferencias sociales, la soledad de los sin casta y la injusticia social. Más parlante no puede ser el nombre de la criada. Irónico Flaubert. Aquí también vemos su incansable búsqueda "du mot juste", de la palabra exacta, algo que entre adolescentes emos causa estupor y somnolencia. Cosas de nuestro siglo, amigos.

Comité mixto de la literatura francesa decimonónica -NG-

nueva gomorra dijo...

Al final hasta dan ganas de leer el cuento del francés... Aunque quizás los emos prefieran cortarse las venas (de mentirijilla) antes que leer una sola línea de ese cuento.

http://www.dogguie.com/los-emos-y-mas-de-50-razones-para-odiarlos/

Juan -NG-