16 oct 2011

Tifón, de Joseph Conrad


Con su nariz aguda, de punta roja, y sus delgados labios fruncidos, parecía siempre como si una furia interna lo poseyese; y su lenguaje era lacónico, hasta el punto de ser grosero. Pasaba todo su tiempo libre en su camarote, con la puerta cerrada, tan silencioso y quieto ahí dentro que todos suponían que en cuanto desaparecía se quedaba dormido; pero el hombre que entraba a despertarlo para su guardia sobre cubierta lo encontraba siempre con los ojos abiertos, echado de espaldas en la litera, y lanzando miradas iracundas desde una almohada mugrienta. Jamás escribía cartas, no parecía abrigar esperanzas de recibir noticias de ninguna parte; y aunque una vez se le oyó mencionar a West Hartlepool, lo hizo con gran amargura, y únicamente en relación con los precios exorbitantes de una pensión. Era uno de esos hombres que ser recogen en los puertos del mundo cuando se necesitan. Son bastante competentes, tienen la apariencia de una penuria económica extrema, no dan muestras de poseer vicio alguno y llevan consigo todas las señales evidentes del fracaso. Suben a bordo en una emergencia, no les importa en absoluto el buque, viven en su propio ambiente de relaciones indiferentes entre sus compañeros de tripulación, que no saben nada de ellos, y deciden abandonar el barco en los momentos más inoportunos. Se van sin despedirse, en algún puerto miserable donde otros hombres temerían quedar varados, bajan a tierra acompañados de un maltrecho arcón marinero, amarrado como un tesoro, y con aires de sacudirse el polvo bajo sus pies.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Juan, Ángel, mucha suerte para el recital.

Roque

Anónimo dijo...

Muchas gracias roque. Si te animas a venir a Jaén tienes casa.Ángel