Vaya por delante lo que es obvio, que no tengo ni idea de cine. Siempre que empiezo un post de esta etiqueta, me curo en salud diciéndolo. Amor (Michael Haneke, 2012) es una de las pelis que más me han gustado de todas las que he visto en este último año. Por lo que decía al principio, no me detendré demasiado en la filmografía del director ni en la factura de la película ni en sus aciertos más reconocibles; aunque compartiré con vosotros algunas impresiones.
Me interesan las historias que ponen el ojo en lo que, de alguna manera o de otra, se soslaya en la cultura de masas, siempre tan hiperestereotipada y artificial. A día de hoy, y a pesar de que nuestra esperanza de vida aumenta progresivamente, la vejez se ha convertido en tabú que nos obliga a deglutir muchas preguntas no confesas, muchas ideas que, a falta de un sano debate social, acaban por embarullar nuestra propia concepción de lo que, por ejemplo, aporta identidad al ser humano.
Sin ánimo de ponerme filosófico, he pensado que la película nos permite asomarnos a un periodo de nuestra vida donde podemos otear, quizá de forma privilegiada, el flujo de relaciones humanas que, en el ámbito de lo doméstico, acompaña la vivencia de la muerte anticipada, el desvalimiento del otro, su paulatino olvido de sí mismo... En el peor de los casos, el arte, como en el caso de la novela policiaca escandinava, ha socializado una realidad que era recurrentemente silenciada; me refiero al aumento de los casos de violencia contra las personas de la tercera edad. Acabo, y disculpad lo limitado del análisis, adjuntando un enlace a todas la noticias que sobre el tema aparecen en el diario El País. No sé a vosotros, pero a mí me da mucho que pensar:
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