Los pasillos de las Ediciones del Talión están llenos de primeras personas del singular que solo escriben para llegar a ser terceras personas públicas. Su pluma se marchita y su tinta va secándose mientras pierden el tiempo corriendo tras las críticas y las maquilladoras. Son grandescritores desde el primer fulgor del primer flash y se cargan de tics a fuerza de posar, de tres cuartos, para la posteridad. Éstos no escriben para escribir, sino para haber escrito y que se lo digan. Por lo tanto, la escritura anónima de J.L.B., carajo, y sea cual sea su resultado, me parece honorable. Solo que, así son las cosas, el mundo de hoy es un mundo de imágenes, y todos los estudios de mercado dicen con claridad que los lectores de J.L.B. quieren la cabeza de J.L.B. La quieren en las solapas, la quieren en los carteles de su ciudad, en las páginas del semanario y en el marco de su tele, la quieren en su interior, clavada en su corazón. Quieren la cabeza de J.L.B., la voz de J.L.B., la firma de J.L.B, quieren pegarse quince horas de cola por una dedicatoria de J.L.B., y que caiga una frasecilla en su oído, y que una sonrisita les conforte en su amor de lectores.
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