Por la noche, Olléon se queda hasta las ocho. Me cuenta la detención de los Rosovsky, la escena me ha perseguido, su recuerdo me ha atormentado. Veía la velada, con aquel hombre y aquella mujer, rusos blancos, resignados a que les detuvieran, tras haber confiado un niño a Olléon; la mujer, una rubia encantadora, pero enferma y exangüe, tendida sobre el diván, con los ojos abismados; el hombre al que intentaban hacer que bebiera para que cambiase de opinión; y después... Drancy, la deportación, la mujer sin duda muriendo en el camino.
1 comentario:
Tan bueno como triste este libro, Juan. Hay que leerlo.
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