He regresado. Otra vez aquí, un sábado por la tarde, un día treinta de julio, de cualquier año, la cuenta de los años siempre ha sido un poco difícil para mí, un poco absurda. Nada que celebrar o nada que señalar. Ver pasar al galope las carreras de semanas ha sido la principal afición todos estos años. Solo me faltó apostar a las carreras, apostarlo todo, o una pate o un poco. Pero he vuelto. Otra vez frente a mi vieja pantalla y mi sucio teclado. Juntos de nuevo, mi máquina de escribir con silenciador y yo, a solar para brindar por todas aquellas tardes de duda y cigarrillos.
Todos los caminos se pierden en México. Después de varios meses de huida, ocultación, autos de fe y regresiones varias, he podido volver a casa. No podríais creer todo lo que he tenido que hacer para salvar mi palabra. Los senderos olvidados que mi fantasía tuvo que recuperar para no perderme en la Sierra. Las conjuras que he debido de inventar para no lanzarme a un suicidio colectivo. Todo lo hermoso y todo lo horrible asomando en la punta de mis dedos. Algo repugnante seguido de algo irresistible, y otra vez delirando acerca de la maldición que nos persigue.
Sin embargo nadie parece haberse dado cuenta de nada. A nadie le parece extraña mi nueva casa, mi coche nuevo, mi nuevo trabajo. Mi nuevo aspecto. Y yo, aquí de nuevo, durmiendo poco y fumando y bebiendo demasiado, entregado al arte sublime de la escritura automática y la duda, entregado a la duda en cuerpo y alma. Castillos en el aire y tormentas en la arena, tan abruptos como la mirada de un maniaco. Casi nada.
Claude Jean Baptiste de La Rogne (Poetica Seminarii, enero-febrero 2007)
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