Al día siguiente miró la ciudad desde el cielo, bruñida al sol, de juguete, precisa. Luego, América se quedó atrás y solo estaba el Atlántico y la distante costa europea. El océano tenía un color lechoso, pálido, plácido bajo las nubes. Ferris dormitó casi todo el día. Hacia el atardecer pensaba en Elizabeth y en la visita de la tarde anterior. Pensó en Elizabeth entre su familia, con deseo, con envidia y con pena inexplicable. [...] Colgado sobre el océano, las preocupaciones por su soledad y por lo transitorio de las cosas dejaron de acongojarle y pensó en la muerte de su padre con ecuanimidad. A la hora de cenar, el avión llegó a la costa francesa.
A medianoche, Ferris cruzaba París en un taxi. El cielo estaba cubierto y la neblina ponía halos a las luces de la Plaza de la Concordia. [...] Como siempre, después de un vuelo transoceánico, el cambio de continentes era demasiado repentino. Nueva York por la mañana, esta noche París. Ferris entrevió el desorden de su vida; la sucesión de ciudades, de amores transitorios; y el tiempo, el siniestro deslizarse de los años, siempre el tiempo.
La textura pertenece al relato El transeúnte, de la autora estadounidense Carson McCullers (en la foto), incluido en en Narraciones postguerra U. S. A. (varios autores), una magnífica recopilación de relatos que desde ya recomendamos y que quizá solo podáis conseguir en alguna librería de viejo (como la librería Mimo, ubicada en la calle capitán Oviedo, donde le compré este ejemplar a Rafa).
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