De bomberos buenos

Este lugar es extraño.

Permítanme que les cuente…

Su nombre es Manuel, Manuel Ferreira, es portugués y muy bien podía haber sido miembro de la Generación Ausente. Ayer Manuel se levantó temprano, se endosó su boina y su levita oscura y salió de casa en busca de una calle de nombre misterioso. La cosa se quedo ahí. No obstante, antes de que Manuel cerrara la puerta pude atisbar en sus ojos el extraño brillo del que sin saberlo está justo a punto de salvar un poquito de mundo.

No había pasado ni media hora cuando volví a encontrarme a Manuel en la cocina.

-¿Ya de vuelta?, pregunté.

-No te lo vas a creer.

-A estas alturas ya nada…

-Ven.

Me llevó a su cuarto y con el índice señaló los tres volúmenes de Taschen que yacían sobre las sábanas, la obra completa de Picasso. Sonrió satisfecho.

Manuel acababa de salvarle la vida a esos tres tomos.

-No te lo vas a creer, repitió. Subía por la avenida de Rollingergrund hacia el centro, cuando al girar la cabeza vi como en la acera de en frente (no puede ser verdad) se preparaba la matanza.

Una hermosa niña reía mientras intentaba romper el menos grueso de los tres volúmenes de Picasso que ves sobre la cama. Sus manillas apretando las páginas, el gesto a punto de rasgarlas, riendo como loca, miraba a su padre que sonreía orgulloso.

En un momento ya había cruzado la avenida y me hallaba plantado delante de la niña que seguía sonriendo.

¡No!, grité.

La niña dejó caer el libro. Me calmé. Su padre me miró extrañado y me espetó: ¿Acaso te gusta leer?, muchacho. Asentí.

Son todos tuyos, me dijo. El del suelo y estos otros dos.

Me sentí contento y aliviado. El padre tomó a la niña de la mano y le dijo en luxemburgués algo que no entendí. Cuando abrió la puerta trasera del coche contemplé horrorizado dos enormes cajas repletas de libros. El coche arrancó. Apenas me dio tiempo a reaccionar.

Este país es salvaje, pensé mientras el coche se perdía en la ciudad.