19 may 2018

Fafner



Es una época relativamente tranquila. También vacía. Se ha desligado de todo lo que le unía a sus semejantes. Su padre estaría orgulloso de él. Está en tierra de nadie. Es el único ejemplar de una especie medio draconiana. No siente deseo de emparejarse ni de reproducirse, aquel sentimiento murió con Blanca. No está dispuesto aún a retirar la piel y escarbar en lo profundo, a ir hacia un fin. Nunca se ha matado en busca del sentido de lo que sucede, ni ha buscado misterios que fueran más allá de por qué el agua subterránea de las cavernas está caliente. El agua es lo que bebe, lo que se le escapa entre las manos, lo que cae del cielo y baña su anatomía cuando se sumerge en ella. Solo le interesa el libro natural visual, auditivo, gustativo, olfativo y táctil del bosque, pero algo ha cambiado. Se ha imbuido de un extraño estado de contemplación que no acaba de entender del todo. Ha colocado la savia de los abetos negros donde los de las cruces emplazan su símbolo. Se siente un recién nacido torpe más que un sacerdote. No hay deseo de predicar ni de compartir. Por primera vez pesa la soledad.

- En Fafner, de Daniel Pérez Navarro (Antipersona. Madrid: 2018).

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