Me planto delante
de una palabra seca.
Tengo miedo
a que mis manos digan
con palabras zombis.
Me planto
―digo―
delante del cadáver
de una palabra yerma
y poco después
la cubro con un tachón.
Es con esa mortaja,
traje negro de tinta humilde,
con la que la entierro
en este poema tumba;
otro más en el cementerio
de palabras mudas
que todos llevamos dentro.
Ahora me pregunto
de cuánta muerte
habrá de alimentarse
un poema eterno.
Lo que permanece
renueva
siempre
su compromiso ineludible
con la perdida,
la tierra, el pozo
de la total / desaparición.
Eso es lo grande, pienso.
Juan Cruz López
3 comentarios:
Muy acertado el poema. Ángel
Gracias, Ángel.
Un abrazo.
Me gusta el poema, Juan.
Espero que vaya bien la venta de Negra flama.
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