Escapó por poco. Tuvo suerte. Salir vivo de un campo de concentración se paga caro, bien caro: el precio es la culpa. El escritor que nos ocupa eligió escribir para dejar testimonio de lo que vivió su pueblo. Escribió por deber y mientras lo hizo pudo burlarse a sí mismo. La culpa le acabó dando caza cuando guardó la pluma.
PRIMO LEVI (1919-1987)
Pocos días después, mientras yo estaba internado en la enfermería, el campo fue desmantelado en las trágicas condiciones que han sido descritas a menudo. Alberto fue víctima de la pequeña causa, de la escarlatina de la que sanó siendo niño. Vino a despedirse y luego partió en la noche y en la nieve, junto con otros sesenta mil desventurados, para aquella marcha mortífera de la que pocos regresaron vivos. Yo me salvé, del modo más imprevisible, por el asunto de las pipetas robadas, que me habían procurado una enfermedad providencial justo en el momento en que, paradójicamente, no poder caminar era una suerte. De hecho, por razones nunca esclarecidas, en Auschwitz los nazis en fuga se abstuvieron de acatar las órdenes de Berlín, que eran claras: no dejar un solo testigo. Se marcharon abandonándonos a nuestro destino.
- De Última navidad de guerra.
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