
A veces imaginaba la casa como un iceberg cuya parte visible estuviera constituida por los pisos y los desvanes. Por debajo del primer nivel de sótanos empezarían las masas sumergidas: escaleras de peldaños sonoros que bajarían girando sobre sí mismos, largos pasillos embaldosados con globos luminosos protegidos por rejillas metálicas y puertas de hierro con calaveras e inscripciones estarcidas (...)
Más abajo habría como resuellos de máquinas y fondos instantáneamente iluminados por resplandores rojizos. Pasadizos estrechos desembocarían en salas inmensas, naves subterráneas, altas como catedrales, de bóvedas atestadas de cadenas, poleas, cables, tubos, cañerías, viguetas (...)
Más abajo volverían las marañas de tuberías y mangas, los dédalos de las alcantarillas, colectores, callejones, los angostos canales bordeados de parapetos de piedras negras, las escaleras sin baranda dominando el vacío, toda una geografía laberíntica de tenduchos y traspatios, de soportales y aceras, de callejones sin salida y pasajes, toda una organización urbana vertical y subterránea con sus barrios, sus distritos y sus suburbios: la ciudad de las tenerías con sus talleres de olores infectos, sus máquinas asmáticas de correas cansadas, sus amontonamientos de suelas y pieles, sus cubas llenas de substancias parduscas; las empresas de derribos con sus chimineas de mármol y estuco, sus bidets, sus bañeras, sus radiadores oxidados, sus estatuas de ninfas asustadas, sus farolas, sus bancos públicos; la ciudad de los chatarreros, los traperos y los piltras con sus montones de harapos, sus esqueletos de cochecitos de niño, sus fardos de battle-dresses, de camisas chafadas, de cintos y de rangers, sus sillones de dentista, sus colecciones de diarios viejos, de monturas de gafas (...); la ciudad de los basureros con sus cubos volcados dejando escapar cortezas de queso, papeles grasientos, raspas de pescado, agua de fregar, restos de spaguetti (...), y la ciudad administrativa, con sus cuarteles generales por donde pulularían militares de camisas impecablemente planchadas desplazando banderitas sobre mapamundis; con sus morgues de cerámica pobladas de gángsteres nostálgicos y ahogadas blancas de grandes ojos abiertos; con sus salas de archivos llenas de funcionarios de bata gris (...)
y, abajo de todo, un mundo de cavernas con paredes cubiertas de hollín, un mundo de cloacas y ciénagas, un mundo de larvas y bichos, con seres sin ojos que arrastrarían caparazones de animales, y monstruos demoníacos con cuerpos de ave, cerdo o pez, y cadáveres secos, esqueletos revestidos de una piel amarillenta, petrificados en una pose de vivientes, y fraguas pobladas de Cíclopes alelados, vestidos con delantales de cuero nero, protegido su ojo único con un cristal azul engastado en metal, golpeando con sus mazos de bronce escudos deslumbrantes.
George Perec. La vida instrucciones de uso.
1 comentario:
Joder, Currata. Aquí Perec da miedo.
j
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