La cinta blanca

Hablar de Michael Haneke, en cierta medida como hablar de Ingman Bergman, es hablar de la culpa, de la culpa y del silencio. Solo que esta vez hay algo extraño que no logro comprender, ¿será que no alcanzo a ver detrás de una aparente facilidad argumental que tiene algo de molesto?

En La cinta blanca hay una voz en off que recuerda a narraciones como Dogs ville, de Lars Von Trier (por cierto que la intertextualidad es una constante en la película, uno de sus logros a mi entender, aunque ya, ya sé… a ver cuando empiezo a tratarme de lo del meta), una imagen inquietante, paisajes aparentemente asépticos que cobran la magnitud de los cuadros románticos, salvo que aquí la naturaleza no llega a conmoverse, no puede conmoverse, no se trata de eso. Por decirlo de manera burda, La cinta blanca es una reflexión sobre las consecuencias de una educación protestante en los comienzos de la Gran Guerra, una dura crítica a un sistema cerrado y cosificador que genera poder moral para unos pocos y terror para la mayoría, una unión fatal entre la religión, la superioridad moral de la religión (el sueño de la fe produce monstruos, parece querer decir Haneke) y un sistema económico basado en la diferencia, de un lado el terrateniente, del otro el paupérrimo pueblo obedeciendo las reglas del tiempo (excepción hecha del joven muchacho corajudo). Y sin embargo hay algo que no acaba de cuajar, a diferencia de La pianista y El tiempo del lobo, dos de las películas de Haneke que más eco me han dejado en los últimos años: escepticismo. Para la culpa protestante (para la culpa a secas) prefiero, sin lugar a dudas, a Ingman Bergman, para las narraciones a Von Trier, ¿recuerdan Europa? Y sin embargo esta se la perdono a Haneke por su El tiempo del lobo, por La pianista y por su tratamiento de la imagen, su ojo es uno de los más lúcidos que conozco, la película tiene planos que permanecerán (¿Tarkovsky?), de eso estoy segura. Eso sin hablar del miedo, eso sí que lo logra…