Pero... Pero todo. Todo se pierde en un instante. Ocurre de repente y de repente pasa. Así son las cosas. Has estado años, años viendo la misma pared absurda y vacía y de pronto un día, un día cualquiera, que podría haber sido otro, le ves el agujero, la incisión, el desperfecto, y así descubres, sin más, la grieta por la que se han ido esfumando, imperceptibles, todos tus sueños, todas tus locuras y deseos, toda tu vida, esa herida que se te abrió un día para siempre. Y ese agujero es la nostalgia, es el whisky solitario, el cenicero repleto de colillas malolientes, la aguja al final del disco, que tropieza insistente y olvidada, el buzón lleno de propaganda y el teléfono muerto y los cajones llenos de humedad y de recuerdos que ya no prenden. Es el cansancio, el desencanto y la impotencia todo junto. La confesión repentina del fracaso acumulado que ha ido lastimándote con su goteo conocido. El llanto del alcohol, la ropa mojada tendida ante el espejo, que no es que nos distorsione, no, sino que al fin nos muestra tal cual, fiel a su misión de reproducir lo que ve para obligarnos a mirar cuanto hemos querido ignorar. El mundo es también eso. Y tantas otras cosas que nos están vedadas. Yo ya no quiero pensar mas en todo lo que no puedo ni pude. Algo me ha hecho comprender que no tiene sentido. O al menos no el que quería yo darle. Lo cierto es que me torturaba. Hay veces en que el cerebro no para, y da vueltas al mismo asunto con fruición, como si el hecho de pensarlo más y más fuera a abrir alguna puerta al alivio, cuando el único posible sería cambiar las cosas. Una utopía. Más aún cuando esas cosas dependen de otras personas. Más todavía cuando está en juego el amor.
1 comentario:
La narrativa de Flavia Company es fascinante. Hay páginas y páginas de una calidad enorme. Una autora que no se puede perder nadie.
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