El fantasma de Juliette Croûte

Así es cómo apareció. Como un fantasmico, en la esquina de una calle poco transitada del casco viejo de Girona, todo lleno de banderas indepes en antiguas casas de judíos. Así, con las manos metidas en los bolsillos y la cámara a cuestas. Se parecía tanto a... No quise darle importancia, pero al final sí. Sabía que era imposible, que ella no podía estar allí. La última vez nos había contado que estaba plantando lechugas en la ribera de un río, que unos días antes había fotografiado unos cocodrilos muy graciosos y pequeños que parecían ir de muy buen rollo. Sabía que era imposible que se presentara allí, como una aparición popera (sus años mozos), porque estaba recorriendo en plan beatnik centroamérica, echando fotos y apuntando en sus pequeños cuadernos reflexiones imposibles, espirales rizomáticas, junto a pequeños dibujillos muy a lo Gordini y números de teléfono y direcciones. Libretillas negras para tomar notas, como si fuera la copia, pequeñita y rubia, del viejo etnógrafo que toda Nueva Gomorra llevamos dentro. Era imposible, me dije a mí mismo, que fuera ella y que estuviera allí, como hace años... Por eso cerré los ojos. Al abrirlos ya no estaba. Solo quedaba la luz del sol, fría y clara, como la de una mañana de invierno. Entonces pensé en los caminos de Juliette Croûte... En los caminos que conducen a la América de nuestros sueños. Y el café, en aquella mañana de domingo soleada y fría, me supo a gloria.