Ahora no me escuchas... ¡Cómo me vas a escuchar! ¡Tienes la cabeza hundida entre las teclas! El blanco y negro en el que basas tu vida. El blanco de la coca y la heroína de la que ya no puedes separarte, blancata torpe, al final consumido por los remordimientos: si no fueras Bill Evans, si fueras negro como Parker o ese pianista que parece vencerte en todos lados, ya sabes, si fueras Thelonius Monk, habrías dado con tus huesos europeos (eso dicen) en el talego. Lo sabes. Algunos cuentan que eres un mal pianista porque te has olvidado de África y que no se puede ser un buen músico de jazz si uno se olvida de ella. Pero no te importa mucho... Les preguntas que si han escuchado a Debussy. Eres un impresionista.
Claro que no me escuchas, Bill, tampoco escuchabas a nadie cuando estabas vivo. Tú solo. A pesar de que contigo los músicos de acompañamiento dejan de serlo y empieza a tomar carta de naturaleza el trío. Tu fórmula maestra: un piano, un contrabajo y una batería. A partir de ahí, mil grupos así. Eres incapaz de tocar swing. Algunos dicen que tienes las manos frías, otros que pareces un poeta... Que tocas drogado y que no respetas al público. Eres incapaz de sonreir. No sabes dónde te has metido, pero intentas escaparte... El camino es el piano. Sí, un camino -te dices-, pero hacia dónde... Si piensas en blanco te viene a la mente la palabra redención. Si piensas en negro la palabra muerte. Eres el señor del hielo. No escuchas a nadie. Eres el espejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario