20 mar 2009

La casa del tiempo abolido (2)


El coche gris metalizado también se detuvo, situándose a mi espalda. Me fijé en el conductor, un chico que no debía tener más de veinte años. En el asiento de atrás identifiqué a dos personas más, y sin pensarlo ni un instante extraje la pistola de la guantera y la guardé en el bolsillo de la chaqueta. Si había algún problema quizá conseguiría asustarles. No obstante, si la cosa se ponía fea de verdad, no me sería de gran utilidad. Durante la borrachera matutina estuve disparando contra el desierto sin dejar de conducir, tratando sin éxito de alcanzar alimañas, y antes de darme cuenta había vaciado todo el cargador. Mientras cavilaba acerca de mis posibilidades de huida en caso de caer en una trampa, una chica de pelo castaño oscuro que cubría sus ojos con unas gafas de sol años sesenta abrió la puerta del asiento del copiloto y bajó del coche. Se acercó tímidamente señalando la estructura de mi espejo retrovisor, un colgajo que se sostenía frágilmente y amenazaba con desprenderse en cualquier momento.
Descendí del vehículo y sonreí a la chica con ojos ebrios y encendidos.
-Todo un detalle por tu parte -señalé-, este tipo de imprevisiones provoca decenas de muertes cada año, cientos de accidentes perfectamente evitables y retenciones de kilómetros y kilómetros, sin olvidar los divorcios, los abortos, los asesinatos vespertinos, los ataques de epilepsia…
A la chica pareció divertirle aquella salida tan estúpida y arrogante. Agarré un par de cigarros y le ofrecí uno mientras explicaba alguna extraña teoría sobre la incompatibilidad natural y manifiesta entre desiertos desolados y talleres de reparación de automóviles.
-No, aquí no hay talleres, ni mucho menos gasolineras, ni áreas de descanso. Sin embargo, la semana pasada me topé con un cementerio de automóviles fantasma. ¿Te lo puedes creer? Lo regentaba un demonio de color verde llamado Mescalito que fumaba sin parar y se rodeaba de una cuadrilla de perros rabiosos. No te preocupes por el espejo: alguna clase de encantamiento lo mantiene ahí clavado ¿lo ves?
La chica miró el espejo, pero no dijo nada.
-¿Sabías que este desierto está atestado de seres malignos?
La chica asintió con la cabeza mientras expulsaba lentamente un delgado hilo de humo. Ni el conductor ni el resto del pasaje parecían interesados en nuestra escena. Ni siguiera se apearon del vehículo.
-No sois de aquí, ¿verdad?
-¿Te parece este un lugar apropiado para formar un hogar y sacar adelante a una familia? -dijo al fin la chica, acompasando las sílabas en un extraña cadencia y arropando su pregunta con una suave, sarcástica e irresistible sonrisa.
-No podría encontrar un sustrato más adecuado para poner a pudrir mis raíces. Aquí el futuro se ha tragado el curso del tiempo y las serpientes reptan hacia atrás, los fantasmas han consumido su propia osamenta y estrangulan a los viajeros extraviados en el interior de sus coches. El Destino, ese cazador solitario, ha matado por error a su esposa, la Fortuna, y ahora está sentado en una silla mecedora, completamente borracho, disparando a los chacales que no le dejan dormir.
-Deberías buscar ayuda urgentemente -dijo la chica mientras trataba de contener una carcajada-, cuentas unas historias horribles. ¿Vives por aquí?
-Al otro lado del desierto. Dejando atrás Piedras Rojas enlazas con la autopista de la cordillera y a unos quince kilómetros hay un desvío a la derecha. Un poco más allá se levanta una ciudad vieja y destartalada. Lo primero que ves justo antes de entrar en ella es una casa solitaria de varias plantas, con el tejado azul y las paredes color crema, rodeada por una finca rústica de un par de hectáreas. Ven a verme si algún día pasas por allí… aunque es bastante improbable que vuelvas a dejarte caer por aquí, ¿cierto?... esto es el culo del mundo, no hay mucho más que añadir al respecto... en ese caso podría llevarte hasta allí esta misma noche, si no hay inconveniente por tu parte… te podría enseñar la casa y algún que otro secreto que escondo en su interior… y prepararía para tí el cocktail que inventé la semana pasada… a pesar de no disponer ni siquiera de la mitad de los ingredientes necesarios para un correcto desenvolvimiento en el arte de la cocktelería, aquel brebaje me quedó bastante equilibrado... lo bauticé Tora-Bora, en memoria de las tribus pashtunes desaparecidas bajo aquellas montañas… después de probarlo llegué a una extraña conclusión… sí, no me cupo la menor duda de que bajo aquellas montañas se escondía el mítico reino de Shangri-La y que Osama era el mismísimo rey Sucandra… ¿Qué te parece? ¿Te gusta ese nombre? ¿Por qué no subes a mi coche y te olvidas de esos chicos? ¿No crees que son demasiado jóvenes para ti?...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Más, por favor, queremos más, más palabras de esta morada inhabilitada, desautorizada, prohibida... más...

Anónimo dijo...

qué bueno, currata, como huele a benzedrina... seguro que con música detrás. papel corrido y una turbovelocidad lúcida. qué bueno. seguro que la tipa tenía las piernas larguísimas, perladas por el sudor del páramo, sobre unos zapatos rojos de tacón algo deslucidos, con algún arrañazo que no le hizo ningún animal del desierto, ninguno de ese tipo.

blumm dijo...

Gran foto.
Calle Maestra.
Piso de una meretriz que conoció mi abuelo -ni el paterno ni el materno- Sí, ¿qué pasa?

Saludos.

Anónimo dijo...

Si yo estuviera en el desierto, tuviera las piernas largas, larguísimas, y 10 años menos, no dudaría un momento en montarme en ese coche...


Linda Durán- NG-

Anónimo dijo...

Cuéntenos la historia de la Sra. meretriz, Sr. Blumm.

Cuéntenos su historia, Sra. Linda Durán. ¿No tendrá usted ninguna relación con el fajador panameño Roberto "Mano de Piedra" Durán, a quien el N.G.B.C. (New Gomorre Boxing Club) acaba de nombrar el mejor peso ligero del siglo XX?