9 mar 2009

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad


No comprendíamos lo que nos rodeaba, nos deslizábamos como fantasmas, sin dejar de hacernos preguntas y secretamente abatidos, como hombres cuerdos ante un estallido de entusiasmo en un manicomio.

El libro del que hablamos hoy es un clásico que durante mucho tiempo fue ninguneado, tildado despectivamente como libro de aventuras (como si con este calificativo estuvieran asociando el libro a un tipo de literatura menor). Pero el tiempo y la versión cinematográfica, extraordinariamente libre, claro está, que realizó Coppola a través de la magnífica Apocalypse now, han conseguido resituar en la historia de la literatura esta obra maestra del escritor de origen polaco.

Porque El corazón de las tinieblas es un librazo, que se devora rápido y con tristeza, que es lo que pasa con los libros “enormes”, que quisieras que no acabaran nunca. En este caso, el hecho de que no sea una novela voluminosa aumenta esa sensación de pérdida constante. De todas formas, las páginas de la novela, por pocas que sean, consiguen sumergir al lector en un ambiente onírico, casi alucinógeno. Y decimos esto porque el lector se transmuta en uno de los atentos espectadores del relato, largo y estremecedor, de Marlow, el viejo marinero que acude a las entrañas de África para encontrarse con Kurtz, una suerte de semidios oscuro.

Porque la novela es mucho más que un alegato contra el imperialismo europeo en el continente negro, que esquilmó los recursos y las vidas de millones de africanos. Para los lectores contemporáneos este libro supone, por decirlo de alguna manera, una certera aproximación al lado más oscuro del hombre, tan oscuro como el corazón de la selva que le sirve a Conrad de teatro de los infiernos.

Ya no decimos más… Lo siguiente es tirarnos al relato con la esperanza puesta en encontrar una respuesta que quizás no obtengamos nunca, porque quizá ésta habite en un abismo que al asomarnos asusta, y asusta porque ese abismo nos mira, y tiene ojos y quizás la misma piel que nos cobija. Para terminar os dejo con el eco de las últimas palabras de Kurtz: El horror, el horror…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leí a Conrad hace un par de veranos, una mala traducción de El Tifón en italiano, tras un regateo infernal en una librería de viejo con un napolitano que se las sabía todas.
También encontré el abismo del que hablas, el capitán MacWhirr es un hombre oscuro plagado de demonios refugiado en una indiferencia casi inhumana. Mac Whirr estuvo a punto de llevar a la muerte a toda su tripulación y a los pasajeros chinos que les acompañaban por defender una idea descabellada. Curioso el modo en que el hombre reacciona al miedo, porque digo yo que en algún momento el Capitán tuvo miedo. Pero esto no explica nada y no es más que un recuerdo impreciso.
Lo que más me marcó fue su deseo de enfrentarse a la potencia de la naturaleza personificada aquí por el Tifón. El hombre más solo que nunca luchando por lo único que tiene, su vida.
¿Por qué se dirigió directo a la boca del lobo? ¿Por qué renunció a cambiar tranquilamente el rumbo, lo que le hubiera evitado la odisea? ¿exigencias literarias? (demasiado fácil esta última).

Aquí quede esta breve nota, a la espera de una reseña en condiciones de la historia del Capitán Mac Whirr.

En cuanto al Corazón de las tinieblas, me has abierto el apetito, nomás finiquite Las flores del mal (eterna multiplicidad de caminos de la poesía) intentaré encontrar un librero con el que regatear por segunda vez a Conrad (misión imposible en un país donde nada es variable, todo tiene un precio unívoco y el regateo se considera prácticamente un mal social).

Hoy algo menos Bram -NG-