4 ene 2009

Una lectura personal de Paul Auster


Empiezo otro libro de Paul Auster (Brooklyn follies). Me gusta la primera frase: «Estaba buscando un sitio tranquilo para morir». Me gusta este principio. También me gustan los primeros pasos de Paul Auster, sus primeros libros.

Para empezar con esto, no sé, hablaré de las primeras imágenes que me vienen a la cabeza de los libros de Paul Auster. Bien. Recuerdo que los primeros libros que compré de Paul Auster fueron los de La trilogía de Nueva York. Recuerdo que los leía en tardes enteras que pasaba encerrado en mi habitación de la calle Sagrada Familia, una habitación acogedora y cálida de donde solo salía para ir a la biblioteca o al trabajo (por aquel entonces trabajaba de camarero en un pub de la ciudad). Me gustó mucho la manera de mezclar novela negra con historias hasta cierto punto kafkianas, donde los personajes más interesante parecían perderse una y otra vez por pasiones o decisiones desesperadas. Leí La trilogía de Nueva York bastante rápido y fue una grata sorpresa que hace unos años apareciese Ciudad de cristal, uno de los tres libros que conforman la trilogía, en una magnífica novela gráfica de edición impecable.

Desde entonces no le perdí la pista al autor. Recuerdo la magnífica y antiutópica El país de las últimas cosas, una novela hasta cierto punto arriesgada porque rompía con el tipo de historias que venia contando. Luego La invención de la soledad, un libro autobiográfico en el que la muerte de su padre adquiere un papel protagonista, y que creo que fue el libro con el que salió del anonimato. También recuerdo dos librazos tremendos: El palacio de la Luna, con un final abierto apoteósico, y La música del azar, para mí la más enigmática de sus novelas (con una adaptación al cine que dicen está bastante bien). Y por supuesto, la exquisita historia Tombuctú, protagonizada por un perro que enamora y que tampoco deja indiferente a nadie. Menor dentro de esta serie me resulta Mr. Vértigo, aunque también recomiendo su lectura por lo que tiene de original la historia que sostiene la novela: la historia de un chico que aprende a volar.

Al margen de todos estos títulos, hay tres libros que son fundamentales si se quiere entender la obra de Paul Auster, o si se quiere profundizar en la vida del autor, que, por cierto, tampoco tiene nada de desperdicio (si digo que se pasó dos años encerrado en un barco de la marina mercante a más de uno le sorprendería). El primero de estos libros es Pista de despegue, una miscelánea de artículos y poemas de un Auster que por entonces era desconocido, y que sobrevivía en París a base de realizar pequeños encargos y traducciones. De ese libro recuerdo especialmente un artículo sobre un poeta judío y norteamericano no demasiado conocido, si no recuerdo mal, un tal Charles Reznikoff, del que reseñaba unos cuantos poemas certeros y secos, muy parecidos a los de Raymond Carver. Otro libro vivencial es A salto de mata, más o menos una autobiografía de los años que pasó en Francia antes de dar el salto a la literatura. En algunas ediciones, A salto de mata viene acompañado de otro libro, Jugada de presión, una novela negra al uso en la que ya se intuían algunos detalles del Auster maduro, y que el autor escribió (aun firmándola con un pseudónimo) para intentar buscar un contrato fácil que le facilitase algún ingreso salvífico. Para terminar con estos libros sobre la vida de Auster y su literatura escritos por el mismo, hay que reseñar especialmente Experimentos con la verdad, una colección de artículos donde el autor habla de sus historias, del papel que juega el azar en ellas y de sus afinidades literarias.

A parte de todo lo anterior, y de sus últimas obras, que llamo así para no decir que son las obras que ha escrito siendo ya un autor reconocido y muy leído en todo el mundo (hablo de El libro de las ilusiones, La noche del oráculo, Brooklyn follies, precisamente el libro que he empezado a leer hoy, Viajes por el Scriptorum y Un hombre en la oscuridad), me parece formidable uno de sus libros, destacable, al menos para mí, por encima del resto de su producción. Hablo en concreto de Leviatan, la historia de dos amigos separados por el azar cuyas vidas quedan marcadas precisamente por esa relación de amistad. Hay que leerlo.

Para terminar, no me resisto a hablar del origen de este pequeño texto. Hace poco un amigo me regaló un libro de Enrique Vila-Matas cuyo título hace mención a los dos artículos (aunque también podrían leerse como relatos) que contiene Ella era Hemingway. No soy Auster (Alfabia, Barcelona, 2008). En el segundo de ellos el autor catalán hace una defensa de Auster, precisamente ahora, que ha pasado a ser, digámoslo así, un autor de prestigio. La verdad es que yo me encontraba entre los decepcionados por el estrellato mediático del escritor estadounidense. Decepcionado también por la bochornosa La vida interior de Martin Frost, que queda a años luz de películas deliciosas como Smoke o Lulu on the Bridge, o incluso de la desternillante Blue in the face. Aunque creo que lo que se esconde en el fondo de todo ello, de esa decepción de la que hablo, es saber que hemos perdido la exclusividad, que el objeto de nuestras más preciadas recomendaciones, aplaudidas sin par por amigos y familiares, ha pasado a ser un objeto de consumo prestigiado y, en la mayoría de las ocasiones, devorado sin reflexividad ni asiento. No obstante, creo que las últimas obras de Auster son hasta cierto punto reiterativas, y pienso que en buena medida se debe a la compulsividad creativa del autor, que le hace terminar prácticamente un libro cada año y medio, y que, digámoslo así, le arroja de bruces al pozo de la literatura no demasiado ambiciosa.

De todas formas, no creo que se deba dejar de leer a Auster. Supongo, y creo que ha hecho declaraciones en ese sentido, que después de La vida interior de Martin Frost, volverá a anclarse con fuerza en su trabajo como novelista, y no me extrañaría que en breve sacara una obra de peso (o al menos con aspiraciones de tenerlo).

Acabo. Dice Vila-Matas: «Toda mi vida, cuando me he topado con una entrevista de Auster, la he leído inmediatamente porque me da buena onda y nuevas ideas. Es un autor que siempre me estimula, me empuja a escribir. Tal vez por eso no termino con facilidad sus libros y ni tan siquiera termino sus entrevistas, porque son tales las ganas que me entran de ponerme a escribir que debo dejar la lectura». Y lo suscribo.

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