Una fotografía de Agustín Luengo
La Gabia
tuvo su monstruo,
como todos los pueblos,
al que los niños corrían y las mujeres apedreaban.
Era enorme,
tanto que debía inclinarse
para entrar en la iglesia
y medio castaño era su cayado.
Cuentan que hace tiempo vino un circo
que se lo llevó para enseñarlo por los pueblos del otro lado
del monte,
muy lejos.
Sus pies son anchos y sobre ellos
han clavado una estaca para que los niños suban y bajen,
pero siempre sonríe y mece en sus manos de capacho
los cuerpos tibios que ascienden.
Se abrazan a sus brazos, le besan,
se enganchan a sus orejas, le muerden el lóbulo.
El gigante luego duerme en su jaula.
Lo han cambiado por 60 reales y dos marranas preñadas.
Se acuclilla sobre el mocho de su cabeza,
se aprieta las sienes, llora de ira.
Mañana irá a otro pueblo,
a otros niños cagones,
a la lástima,
a los escupitajos
a que las manos le suden y las uñas se le quiebren sin
tierra ni piedra cercana.
Mañana, con el asco en el paladar y la bondad en el
entrecejo,
le saldrán de golpe yemas fértiles de cerezo en la boca,
se le hervirá el pecho en zumaque seco,
serán raíces sus dedos de granado
y un hilo de almendra se desparramará hacia la tierra.
Pero eso será mañana,
hoy el gigante ha de esconderse.
Treinta reales y dos marranas no pueden pagar esta pena
ciclópea.
Ángel Rodríguez
5 comentarios:
Da rabia y tristeza la vida que debió sufrir este y otros monstruos de circo barato...
Un texto abrumador....
Un abrazo.
Ahora lo entiendo...es que en la lectura pública, sin saber quién era Agustín Luengo. el que está hecho un MOSTRO eres tú, Ángel
Este poemario nuevo tiene muy buena pinta, Ángel. Cúrratelo.
Helena, un monstro soy yo pero de feo. Juanito, en ello estamos. Se te echó de menos en la caja.
¡¡Más que buena pinta!! aquí hay mucha miga monstruosa...
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